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Taller Literario de Salinas

Tito Tigre Fernández

El entrenamiento había sido especialmente duro y Pedro recibió el aire frío de la

noche como el agua con la que le espabilaban entre asalto y asalto. No eran más de las ocho, pero las calles estaban casi desiertas en ese barrio junto a los muelles, donde solo quedaban unos cuantos almacenes destartalados de negocios muy rentables una década atrás, pero reciclados ahora en refugios de clandestinos y okupas. 

El hombre respiró hondo y dudó un momento si acercarse al bar de la esquina cuyo dueño, un viejo xenófobo, había sobrevivido a la crisis; despreciaba abiertamente a su nueva clientela multiétnica a la que se dignaba a servir por los pocos ingresos que le reportaba.

—¿En qué se ha convertido un país cuando su gente tiene que recurrir a ratas extranjeras para poder pagarse un entierro digno? —preguntaba a menudo.

Pedro no le solía contestar nada. Ni la compañía del viejo, ni sus ideas racistas le agradaban y sabía de sobra que en aquel cuchitril de bar, las preguntas y las respuestas las hacía aquel cabrón. Sin embargo, aquellos reiterados monólogos eran para el boxeador mejor que la soledad de su piso desde que la Nati le había dejado.

—Pues te lo voy a decir... un país así es una puta mierda de país —lanzaba el viejo en voz alta, mientras limpiaba con una bayeta de un gris dudoso el falso granito gastado de la barra.

Antes de haber podido decidirse hacia dónde tirar, Pedro oyó unos gritos de socorro y, en la luz de la única farola frente al gimnasio, vio a un chaval de unos doce años que le miraba fijamente. Después de recuperar el aliento, el chico se puso las manos en los bolsillos para disimular su nerviosismo —tanto por lo que estaba ocurriendo no muy lejos de allí, como por la impresión que le causaba el estar hablando con el mismísimo Tito Tigre Fernández—.

Así se conocía a Pedro en el mundo del boxeo donde había sido el mejor peso medio a nivel nacional; luego la Nati le había dejado y con ella su buena estrella.

Pedro se fue acercando al niño que seguía mirándole fijamente. 

—Habla más claro chaval si quieres que se te entienda, que pareces una nena lloricona —le soltó el hombre sin más. 

Lo de nena lloricona era un golpe bajo que el niño recibió sin pestañear, no había tiempo para mosqueos de ese tipo.

—Mi hermano necesita ayuda, lo va a matar si no le ayudas —contestó el chaval–, ¡por favor Tigre ven conmigo! 

Pedro no contestó pero asintió con la cabeza. 

El niño ya estaba corriendo en dirección hacia el pasadizo que iba desde el lateral derecho del gimnasio, hasta una especie de tierra de nadie donde se amontonaban restos de obras. De vez en cuando se paraba para asegurarse de que el hombre le iba siguiendo. Al pasar de la oscuridad del callejón al descampado iluminado por las farolas de una autopista cercana, Pedro tuvo la sensación de estar saliendo del túnel de los vestuarios hacia el ring y su pulso se aceleró.

De nuevo estaba el chaval a su lado suplicándole que separase a los contrincantes, ya que era evidente que no era para nada un combate justo ni amistoso.

—Oye mocoso, que yo no soy una hermanita de la caridad y si estos dos se quieren zurrar sus motivos tendrán —gruño Pedro que, más que separarlos, tenía ganas de colocarse en una de las esquinas de aquel ring improvisado, para darles unas cuantas recomendaciones sobre golpes contundentes.

El niño no se quería dar por vencido y olvidándose por completo del respeto que le imponía la nariz hundida de Pedro, así como de los dos costurones que le deformaban la cara, se puso de rodillas ante él y, tirando de su cazadora, le suplicó que no dejará que aquel grandullón se cargase a su hermano.

—A mí nunca me gustaron los combates amañados, que gane el mejor —lanzó el hombre en tono despectivo—, ¡suéltame!

—¡Pues no es lo que dicen por ahí! —gritó con rabia el pequeño, cuando el boxeador estuvo lo suficientemente separado de él.

Eso también era un golpe bajo, pero antes de que Tito Tigre Fernández pudiera reaccionar, el más fuerte de los dos combatientes estaba ya rematando la faena añadiendo insultos a sus patadas.

—Toma, rata extranjera.

Entonces Pedro, Pedro el que había sido el mejor boxeador del país, Pedro el que la Nati había dejado KO, se fue hacia aquel bocazas grandullón para reventarle la boca de un potente directo en toda la mandíbula.

Elegantex

ROMPIENDO BARRERAS

 Tas aquella primera vez, llegó una segunda, una tercera, una cuarta… y poco apoco, tras aquella primera sana experiencia, se fue instalando en ti el carnal demonio del deseo, de modo que finalmente decidiste que la distancia física que existía entre aquel cristal de las dos ventanas y el boulevard que transcurría en medio, era una barrera física que estabas dispuesto a franquear.

Aquella ventana que,  salvo una fuente de luz, nunca había supuesto mucho más, se convirtió de pronto en tu punto estratégico, desde donde comenzar una serie de controles que te permitieran comenzar a trazar un plan, un plan que estaba gestándose lentamente y en el que en más de una ocasión habías dejado volar tú imaginación.

No era muy difícil adivinarla en su casa, conocías perfectamente aquellas duchas llenas de vapor, los masajes hidratantes frente al espejo, el perfume detrás de cada lóbulo de sus orejas, e incluso pequeños momentos de placer. Entonces sonaba el timbre y salía a recibirte descalza, con una amplia camiseta de manga larga que le llegaba casi a medio muslo y tras la cual adivinabas aquel cuerpo que tan bien conocías. Aquellos senos firmes, con los pezones que parecían querer perforar el tejido, las curvas de las caderas y sus nalgas un tanto respingonas sobre las que parecía acariciarla, más que posarse la camiseta. Su cara parecía resplandecer al verte, enmarcada en aquellos mechones de pelo castaño, lacio y brillante que caían por los lados de su cara…

Si todo lo tenías  bien calculado, a aquella hora debería de salir a la calle, de modo que te apostaste dos portales más arriba, aguardando el ansiado momento en que podrías seguir sus movimientos, empezar a conocer algo más que su cuerpo. Además y por primera vez, en unos instantes ibas a poder oler aquellas cremas y aquel perfume que tantas veces habías visto aplicar, mientras descendieras por la boca de metro y luego mezclado entre la gente muy cerca de ella en el vagón…

Una vez mas la imaginación y la ansiedad unidas, te jugaron una mala pasada, y el rubor, al imaginar que podría  notar tú presencia, estuvo a punto de disuadirte, pero como iba ella a saber de ti. Tú conocías cada milímetro de aquel cuerpo que los cristales te permitían contemplar, pero ella era totalmente ignorante de tu mirada, ¿Cómo iba entonces a notar tu presencia, a percibir tu deseo?

La reacción que tuviste al verla salir a la calle, hizo que de nuevo tu corazón se desbocase. Aceleraste el paso para llegar casi cuando ella a la boca del metro, querías percibir su olor mientras descendíais hacia los andenes, no te importaba hacia donde se dirigía, ya lo tenías todo calculado para poder disponer de todo el día si hiciese falta.

No podía haberte salido mejor, aunque te lo propusieras; aquella unidad venía repleta de gente, de modo que te pegaste a ella y la osadía te llevó incluso a impulsarla con tu pecho al subir a aquel vagón. No se inmutó, era algo normal, luego allí, pegado materialmente a ella, sentiste las fragancias que tantas veces habías imaginado junto con su propio olor. Sentiste deseos de pegarte más a ella, como si eso fuese posible, cuando ya estabas tan cerca que notabas sus onduladas caderas presionando las tuyas.

Tenías la sensación de que estabais los dos solos en medio de aquella marea humana, y fue en ese instante ausente cuando se giró. Su pezón cruzó tu torso, y sentiste  como si una daga ardiente te abriese  de derecha a izquierda el pecho. Entonces se quedó mirándote, no habría más de treinta centímetros de separación entre vuestras caras, percibías su aliento fresco, como de colutorio, mezclado con el perfume que su barra de labios había dejado impreso sobre ellos, sonrió y dijo:

-      Tenía ganas de conocerte

Sentiste como si de repente el suelo del vagón se abriese y tu cuerpo rodase destrozado entre las ruedas y los raíles y de tu boca salió un << ¿me conoces?>> con un tono de voz que incluso a ti mismo te sonó infantil e irreconocible.

-      Por supuesto, tú vives en el piso noveno, frente a mi edificio. Te hacía más joven, pensé incluso que podría estar escandalizando a un adolescente al seguir tú juego, pero veo que me equivocaba.

No era posible lo que te estaba pasando, estabas convencido de que tu juego era el anonimato y ahora era ella la que jugaba contigo.

-      No se las veces que me habrías visto antes, porque nunca cierro mi persiana, pero un día me di cuenta de que alguien me miraba desde una ventana de enfrente, a través del espejo vi como se iluminaba tenuemente una ventana frente a la mía, me pareció como si hubiesen abierto una puerta y la tenue luz que se coló fue suficiente para ver a alguien que hacía un extraño e instintivo movimiento de ocultación. Luego solo fue cuestión de poner más atención. Y hoy te vi mientras esperabas a que saliese, esperaba que no tardarías mucho en dar este paso.

Realmente te sentías como el cazador cazado.

-      Bueno, yo me bajo en la próxima, tú puedes volverte y si quieres a las ocho cuando vuelva me puedes esperar. Podemos subir a mi casa y tomar unas cervezas, así la veras sin la separación del ancho del boulevard y sin cristales. Bueno a la casa y a mi también.

 

                                                              

 

                                                               Sandex, 15 de Enero de 2011

A traves del cristal

        Tan solo tenía veinte años, ante él todo un mundo que descubrir y aquella ventana del noveno piso, que se convirtió en otra de las ventanas abiertas a la esponja de su vida que estaba empezando a empaparse.

      Carlos era un muchacho normal, quizás algo retraído para su edad, pero con un ansia de ver, entender, aprender…, y su habitación era uno de esos sitios en donde gracias al ordenador, la ventana a la vida se le abría de par en par. La otra ventana, la de su habitación que daba a la calle, nunca había sido para él otra cosa que aquél azote de luz que le despertaba cuando su madre le levantaba la persiana los domingos poco antes de la hora de comer.

      Había empezado hacía dos años a la facultad y aunque había algunas chicas de su entorno que le atraían, hasta el momento, no había tenido ninguna relación sentimental con ninguna. Solía salir con sus compañeros de equipo los sábados a la discoteca cuando no tenían partido los domingos, o los domingos de tarde a ver alguna película. Luego, el resto de la semana, a parte del tiempo dedicado a los estudios, era el chateo en el ordenador, lo que ocupaba casi todo su tiempo, el bajarse música o algunas películas y por supuesto ver en la tele partidos de la NBA. Aquella tarde, estaba oscureciendo ya, cuando fue a bajar la persiana de su dormitorio.

      El edificio en el que vivía, daba a una gran avenida con un boulevard de frondosos árboles y una ancha acera con bancos, que separaba las dos calzadas que en cada sentido discurrían entre las hileras de edificios. Nunca había prestado más atención al panorama que se veía desde su ventana, que el de comprobar si la sirena que sonaba era de una ambulancia o de los bomberos y eso de manera ocasional, pero aquél día, sin saber porqué, se fijó en una ventana del edificio de enfrente que estaba iluminada y todavía con la persiana levantada. Le pareció que era un dormitorio, se fijó algo más para cerciorarse, cuando de repente apareció una mujer que cruzó por delante de la ventana, parecía llevar una camiseta hasta los muslos y las piernas desnudas, volvió a cruzar en sentido inverso y desapareció con la misma rapidez, seguramente por una puerta al fondo de la estancia. Carlos quedo fijo mirando a través del cristal de su ventana, parecía como si acabase de darse cuenta de que, no solo frente a él, sino a su alrededor, viviesen más personas.

      Volvió al ordenador, aunque no bajó la persiana, comprobó cuanto faltaba para acabar de descargar aquella película y volvió de nuevo hacia su ventana dirigiendo de nuevo la vista hacia el piso del otro lado de la calle que tenía la luz encendida y la persiana abierta. De repente sintió curiosidad por enterarse de más cosas de las que sucedían a su alrededor y de forma instintiva apagó la luz para no delatar su presencia, entonces recordó los prismáticos, ¿Dónde los tendría? Se subió a una silla y buscó en el altillo de su armario, junto a la mochila y la ropa de montaña. No se acordaba cuando había usado aquellos prismáticos por última vez, quizás hacía dos años cuando habían ido a ver y escuchar la berrea. Cuando volvió a la ventana, tuvo que ajustarlos a la visión, pero lo hizo ya enfocando aquella habitación. Cuando los pudo enfocar, la impresión que recibió recorrió todo su cuerpo. Efectivamente al fondo de la estancia, que era un dormitorio, había una puerta que daba seguramente a un baño, ya que en aquel preciso instante, la puerta se abrió y saliendo de una nube de vapor apareció aquella mujer desnuda, con la cabeza ladeada hacia un lado y secándose el pelo.

       A parte de en revistas o el cine, Carlos nunca había visto a una mujer totalmente desnuda, si había visto muchas en toples en la playa o la piscina, pero aquella visión y el marco que la envolvía cuando apareció entre el vapor, lo dejó fuera de sí.

       Era una mujer que le pareció hermosa y muy bien proporcionada. Mientras la contemplaba, su imaginación empezó a volar ¿Cuántos años tendría?, desde luego era bastante mayor que él. A juzgar por sus pechos no era una adolescente, pero tampoco parecía que hubiesen amamantado a nadie ya que tenían una firmeza que los hacía resaltar, además sus pezones, tal vez por efecto del baño, estaban tersos en medio de aquella redonda aureola. Tenía el pelo castaño, si bien al estar mojado no era fácil saberlo, podría tener unas mechas claras. Sus caderas muy marcadas y su vientre firme, le hicieron pensar que podría oscilar entre los treinta y muchos o los cuarenta y pocos años.

       De pronto salió de su campo de visión metiéndose de nuevo en el baño, pero la espera fue corta, solo había ido a dejar la toalla y ahora salía con un bote de crema, del que cogió un poco, luego frente a un enorme espejo que llegaba hasta el suelo, justo al lado de la puerta del baño, comenzó a extenderse la crema. Se fijó entonces en sus muslos bien torneados, sus suaves rodillas que daban paso a unas bonitas pantorrillas y unos bellos pies, uno de los cuales descansaba sobre un pequeño taburete, para estar más cómoda al darse la crema por la pierna.

       Sentía una enorme agitación, había paseado el objetivo de sus prismáticos por casi todo su cuerpo, pero parecía que le costaba dirigirlo hacia su sexo, aunque casi desde un primer momento ese parecía ser su único fin. Ella no parecía colaborar mucho a sus pretensiones, ajena a su observador y concentrada en extender con suavidad la crema.

      Carlos la contemplaba, le pareció que más que extender la crema, se estaba acariciando con deleite, él no tenía ninguna experiencia en acariciar a ninguna chica y por supuesto, salvo ver a alguna darse la crema solar, nunca había tenido la oportunidad de contemplar lo que ahora estaba viendo. Ella, volvió a coger otro poco de crema y ahora, de pié frente al espejo, con las piernas ligeramente separadas, tras frotarse ambas manos, deslizó una alrededor se sus pechos, mientras deslizaba la otra hacia abajo por su vientre. Carlos siguió aquella mano y se adelantó a ella enfocando hacia su pubis. Su monte de Venus era suave y tenía un curioso depilado, que parecía formar una liviana punta de flecha con su vello muy cortado y apuntando hacia los labios de su sexo. No pudo por menos de recordar algunas revistas que le habían enseñado y en las que le había llamado la atención precisamente el depilado que exhibían las mujeres que allí posaban y ahora él estaba contemplando lo mismo pero en la realidad.

     ¿Eran así las mujeres? ¿Les gustaba contemplarse, acariciarse? ¿Harían lo mismo las chicas de su edad, sus compañeras de facultad, lo haría Claudia?

      Seguía con el objetivo de sus prismáticos fijo en la punta de flecha, cuando irrumpió en el campo visual la mano de la mujer, Carlos se asusto y se separó de los prismáticos, luego los enfocó de nuevo, esta vez hacia su cara. Era muy bonita, el pelo era realmente castaño claro con alguna beta casi rubia, su frente despejada apenas tenía otras arrugas que las propias de la expresión, sus ojos casi cerrados, descansaban apoyándose en unos suaves pómulos, su nariz algo respingona abría con ansiedad sus aletas mientras una leve mueca contraía sus labios carnoso, a la vez que sus dientes superiores presionaban ligeramente el labio inferior y un rictus de placer parecía hacer resplandecer todo su rostro, mientras un leve temblor hacía que se moviese ligeramente su redondeada barbilla.

       De nuevo deslizó los prismáticos recorriendo hacia abajo todo su cuerpo, su mano izquierda, presionaba su pezón derecho y su otra mano, con la palma apoyada sobre la flecha en su pubis, acariciaba con una enérgica delicadeza de sus dedos, un lugar que sin duda era de placer, entre los labios de su sexo.

       Nunca hubiese podido imaginar, que a través del cristal de su ventana, pudiese conocer unos secretos tan íntimos, delicados y maravillosos, que empapaban una parte de la esponja casi seca de su despertar a la vida, esa vida que suele ser del color del cristal con que se la mira. Pero sin duda todo aquello que contemplaba le venía dado a través de un cristal nítido e incoloro que le permitía ver y conocer de una manera natural la percepción de las sensaciones íntimas de su sexo opuesto, tan delicadas y desconocidas hasta el momento para él.

      Separó los prismáticos y se quedó pensativo. Seguía mirando sin ver aquella ventana de enfrente y tuvo la sensación de que ella se estaba vistiendo. No se sentía excitado ni mal a gusto, sino todo lo contrario, se sentía relajado y agradecido, sin tener la sensación de haber violado la intimidad de aquella hermosa mujer, sino más bien al contrario, sentía que había compartido con ella un secreto que seguramente a muchos hombres les está vedado compartir y todo ello a través del cristal de su ventana.

                                                                     Sandex, 20 de Diciembre de 2010

From Madrid with love

Al calor de las letras

 

    Hacía mucho tiempo que era parte del book-crossing, así que había sentido el tacto de muchas manos, pero nunca me habían tocado unas tan descuidadas y malolientes como aquellas. Aunque sobre todo, eran frías, muy, muy frías.

    Y es que aquella era una gélida noche de diciembre, por lo que habían decidido darme un tratamiento terminal.

    Emulando a no sé qué famosa pareja literaria, Yak arrancaba cada hoja que leía, pedía perdón y se la daba a Walter, que hacía lo propio (perdón incluido). Tras lo cual, la hoja pasaba a formar parte de la exigua hoguera.

    Cuando estaba a punto de fenecer des-hojado, caí en la cuenta: sus manos se habían caldeado.

 

Xana

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ADIOS A LOS LIBROS

ADIOS A LOS LIBROS

 

 

     Me gusta estar rodeada de ellos, olerlos, tocarlos… Muchos están inservibles, deteriorados por el paso del tiempo, la acumulación de polvo, las manchas de humedad…ya cumplieron su misión, pero soy incapaz de eliminarlos a pesar de que se amontonan en dobles hileras, en vertical y en horizontal. Sin embargo, hay momentos en los que no hay elección: hay que deshacerse de algunos…y las obras en casa son un imperativo perfecto.

    Los voy empaquetando: Los que quiero conservar, en unas cajas y, en otras, los que no. Aunque cambio varias veces de criterio, los trajino de una a otra, dudando si conservar algunos condenados. Mientras lo hago, releyéndolos me asalta, antigua, la memoria…

    Los hay de los que no recuerdo prácticamente nada, sólo el hecho de haberlos leído. Y los hay de los que, sabiendo que me encantaron, tampoco soy capaz de recuperar detalle alguno. Me justifico diciéndome que siempre queda el poso analítico, lo cual es cierto, pero me jeringa no tener más memoria descriptiva y no poder definirlos más que con simplezas del tipo “me gustó” o “no me gustó”. ¡Se la vie! Y aún así, sé muy bien cuáles sí y cuáles no, pero, sobretodo, aún reconozco muy bien aquellos que dejaron en mí una huella imborrable. Esos que son preciosos para mí por muy diferentes razones.

    El “Nombre de la rosa” o “La insoportable levedad del ser”, cuya lectura adolescente me marcó profundamente y, cuyas versiones cinematográficas - ¡las recuerdo! - son también excelentes. De “La pasión turca” me cautivó la novela, (la peli es un bodrio indigerible, con  la tópica/típica Ana Belén como protagonista, aunque gracias a ella – a la peli, no a Ana - me compré el libro). A Gala empecé a leerlo en sus famosas “Charlas con Troilo” (aquellas agudas reflexiones sobre lo divino y lo humano, en forma de tiernos diálogos hombre-perro) y lo abandoné con “El jardín secreto” por demasiado empalagoso, aunque nunca dejé de leer sus ocasionales artículos hasta que dejó, creo, de escribirlos. Él me abandonó a mí.

    Muchos de los libros que atesoro están relacionados con viajes. A Kundera lo descubrí unas navidades en Budapest, abrumada por los grados bajo cero y su belleza blanca. “El invierno en Lisboa” surgió de una ruidosa nochevieja - de cacerolas - en aquella ciudad. “Ventanas de Nueva York” lo adqurí en Burns and Noble, una calurosa noche de agosto, por el placer de consumir a las 12.00 a.m. en la gran manzana, la que nunca muerde, perdón duerme. El más entrañable fue quizás “El silencio de las sirenas”, que leí en su contexto, Las Alpujarras, donde sentí todo peso del misterio que rodea a la obra. De “El halcón maltés”, ví primero la película, una más de las obras maestras en B/N de Huston, que siempre ha sido mi director favorito.  Luego leí la novela, que también es una joya, y, casi a continuación ofertaron un viaje a Malta, directo desde Asturias, así que allá me fui. En Argentina nunca he estado y si embargo percibí muy bien el alma platense a través de Roberto Arlt, por los libros que me trajo un querido amigo, entre ellos incluso una edición de viejo.

     Echo de menos algunas novelas que me parecieron gloriosas. “El cartero de Neruda” me gusta tanto que siempre lo regalo y lo vuelvo a comprar, una y otra vez. “El marino que perdió la gracia del mar” de Mishima, que me invadió por su belleza y crueldad, a partes iguales. “El perfume”, que despertó mis instintos, además del olfativo… ¡se habrán quedado ¿olvidados? en la estantería de algún amigo!

    Por cierto que los libros, como los amigos, te traen recuerdos, o no. Unos pasan por tu vida sin dejar rastro (ni falta que hace), otros se tambalean en la cuerda floja de tus emociones (van y vienen, como la memoria). Los que valen, los que te valen a ti porque, sin tener un valor mesurable en ningún sentido, dejan huella…esos estarán siempre contigo.

    Finalmente, lleno varias cajas con los rechazados y me despido de ellos ¿para siempre?: Hay que hacer hueco para nuevas historias literarias…y vitales.

 

Xana

El tenedor...

ELTENEDOR DEL MUERTO

En más de una ocasión, había tenido la oportunidad de escuchar algunas anécdotas de labios de su abuelo, sobre cómo habían transcurrido los difíciles días, cuando siendo joven le había tocado luchar, en la injusta y sangrienta guerra civil

Aquellas historias, solían surgir cuando en la televisión, se ponía algún reportaje sobre la contienda, o alguna película relataba hechos de la misma.Una de las que más le llamaban la atención, era aquella que su abuelo recordaba como más cruenta y emotivamente, una de las que más le afectaban.

Había sucedido no muy lejos de donde vivían. Era en una de las colinas cercanas al mar, y en la que aún quedaban restos de aquel emplazamiento, que había sido para un pequeño cañón, que trataba de proteger un posible desembarco por aquella ensenada anterior a la playa. El bunker de hormigón, todavía estaba intacto, nadie se había molestado en destruirlo ni enterrarlo. De algún modo parecía como un símbolo más, dejado por los vencedores para recordar su gesta “heroica” y a la vez fratricida. Algo que el abuelo trataba siempre de hacerle comprender ya que él había luchado en el bando republicano.

Nunca se le había ocurrido acercarse hasta aquel lugar, pero en aquella ocasión, seguramente como para honrar la memoria de su abuelo ya fallecido, se acercó hasta el bunker. Trató de imaginarse el sistema de trincheras que su abuelo le había descrito con tanto detalle, y aunque estas si estaban ya cubiertas por una capa vegetal, todavía se podía adivinar su trazado.

Había llovido abundantemente los días anteriores, y en una parte de estas trincheras, la capa de manto vegetal había desaparecido por causa de la torrentera, se acercó a mirar y algo llamó su atención. Saliendo de una de las paredes que había lamido el agua, aparecían los dientes de lo que podría ser un tenedor. No lo dudó un instante y aun a riesgo de enlodarse, bajó y tiró de él.

 Inmediatamente, vino a su memoria la historia que la había contado el abuelo: << era mediodía, estábamos en la hora del rancho y no había aviso alguno de ofensiva, cuando aquellos aviones aparecieron de la nada; no tuvimos tiempo ni de posar los platos para parapetarnos, las bombas empezaron a estallar y luego las ametralladoras remataron lo que las bombas habían comenzado, solo yo, arrastrándome con la herida que más tarde me costó perder la pierna, logré meterme en el bunker y refugiarme del ataque, todo el destacamento perteneciente al 8º batallón había desaparecido>>.

Limpió con cuidado aquel viejo y renegrido tenedor y en su mango apareció una inscripción “A. R. G. 8º Batallón”. Era evidente que, tras la muerte de su abuelo, aquel tenedor ahora era de un muerto.

Sandex, 18 de Agosto de 2010

EL TENEDOR...

EL TENEDOR…

 

            Anoche soñé que volvía a la Casa del Río. La verja extrañamente estaba abierta, las varas de hierro pintadas de negro rematadas por las doradas puntas de lanza brillaban al sol y la vieja señora asomada a la ventana que tenía abierta me sonreía. El sol hacía brillar los colores de los cristales que dibujaban el gran escudo. A la izquierda, la cancela que conducía a la escalera del embarcadero estaba cerrada. Sabía que no podía ser. La señora sólo se asomaba a la ventana que daba sobre el río como si quisiera ver siempre el fluir del agua y en su cara, generalmente pálida, la sonrisa estaba ausente. Solo amabilidad y melancolía aparecían en sus ojos claros. Ahora no. La alegría que yo nunca le había visto estaba presente en su rostro y al notar mi desconcierto levantó la mano para saludarme y mostrar el estuche de terciopelo azul. Al verlo, levanté mi mano hacia la suya para recogerlo. Entonces la bruma lo cubrió todo…

            No podré volver nunca a la Casa del Río. Lo sé. Pero a veces, en mis sueños, vuelvo a aquellos días. Veo correr a Manuel por el jardín, oigo sus risas y las mías y las voces de Julián, el criado que vigilaba nuestros pasos e impedía que bajáramos la escalera para llegar a las barcas. Y, a veces, vuelvo también a aquel plomizo día de diciembre, frío y ventoso. El río estaba cubierto por una blanca capa de hielo desde el día anterior cuando unos muchachos se deslizaban jugando sobre él. Nunca he podido recordar más, ni siquiera en sueños.

            Esta mañana, al buscar  mis papeles en la mesa del comedor, he visto el estuche de terciopelo azul con el pequeño tenedor de plata que me regaló la señora como recuerdo. Mientras yo estaba recuperando mi cuerpo y mi mente fue a visitarme. Primero fue de su tío, de él heredó también su nombre, le dijo a mi padre al entregárselo. Y añadió: Se fue por el río. Como él. Hoy sobre la mesa  había otro estuche muy parecido. Al abrirlo vi una cucharita también de plata con iguales adornos en el mango y con la misma inicial en letra mayúscula, la M. Cuando le he preguntado a Ana, su respuesta me ha sorprendido: Lo mandaron ayer. Es un regalo para nuestro pequeño Manuel. Pero la tarjeta no tenía firma. Solo una dirección, la del Hotel Río. Ya sabes. El que construyeron sobre la vieja casa…

 

                                              MEG

Satán...

Satán...

Satán

 

 

Cuando Satán llame a tu puerta

no lo dejes entrar.

No escuches su voz que,

siempre será dulce,

será convincente,

pero nada es verdad.

Busca tu alma,

débil, vulnerable…

te atrapará en su mundo,

sin dejarte escapar.

Sufrirás las penas

del sufrimiento,

esas que anulan la vida

por seguir el camino

errado.

Fácil es caer

en sus brazos acogedores,

de promesas inútiles.

Cuando Satán llame a tu puerta

no lo dejes pasar,

será el final de tu vida…

y de tu libertad.

 

 

 

 

 

 

El tenedor del tío muerto

El cuerpo de mi tío Ambrosio tenía la forma de una vara de hierba. Su cabeza, coronada por cuatro pelos negros e hirsutos, era alargada y sus ojos, redondos y saltones, estaban cubiertos por una cejas tan pobladas que se unían la una con la otra, formando una línea recta y negra en la parte baja de la frente. La nariz llegaba con su curvatura hasta la altura de su boca que, pequeña y de labios finos, permanecía siempre fruncida dibujando una O que se abría y se cerraba de forma intermitente. El cuello, delgado y largo, se unía a unos hombros estrechos y femeninos y a partir de aquí, el cuerpo de mi tío comenzaba a  aumentar e iba tomando la forma de pirámide de las varas de hierba. Los brazos, redondos y llenos, enmarcaban un torso barrigón que, a la altura de su cintura, se articulaba en rodetes de grasa que llegaban hasta la pelvis. Las caderas, anchas y rollizas, apoyaban en unas piernas rechonchas y cortas, formadas por pliegues de carne superpuestos que se detenían en la rodilla. Y desde aquí, en el corto tramo que mediaba entre la rodilla y el pie, dos gruesas columnas de color morado que se unían a unos pies demasiado pequeños para sustentar aquel peso.

            Una de las cosas que recuerdo con especial repugnancia de mi infancia era el beso que me veía obligada a darle a mi tío Ambrosio. Todos los veranos, cuando volvíamos de vacaciones al pueblo, mi madre nos obligaba a mi hermano y a mí a besar al tío. Mi hermano lo hacía sin ningún reparo ni escrúpulo, pero yo me acercaba con asco y al mirar su boca, que se abría y se cerraba como la de un pez, mi estómago se revolvía y luego, cuando rozaba con mis labios su piel fría y rasposa, en ese segundo que duraba el roce, tenía la sensación de estar besando un sapo. 

            El tío Ambrosio que se había quedado soltero y vivía en el pueblo con mi abuela tenía un único motivo para vivir, la comida. Su capacidad para engullir parecía no tener fin. Cuando se levantaba por la mañana mi abuela ya le tenía preparada la mesa. Sobre un mantel de cuadros rojos y blancos el tazón del desayuno, el plato con la mantequilla, los botes con la mermelada de tres clases, ciruela, manzana y melocotón y las rebanadas del pan de hogaza recién horneado. Mientras daba cuenta de estas viandas, mi abuela le freía un par de huevos fritos con tocino que él devoraba sin dar tiempo a que enfriaran. Un día, que venciendo la repugnancia me dediqué a observarlo, comprobé que no masticaba.  En el momento  en el que la comida entraba por sus labios no se detenía en su cavidad bucal, pues sus mandíbulas permanecían inmóviles sino que pasaba directamente a  su cuello  que, como un enorme buche, se inflaba y se desinflaba para dar paso a las viandas.  

            El tío Ambrosio no se limitaba a tres comidas diarias, desayuno, comida y cena. Tampoco a cinco, si incluimos un tentempié a media mañana y la merienda a media tarde. El tío Ambrosio comía todo el día, a todas horas y todo lo que quedaba al alcance de sus manos. Y cómo había viandas que no podía coger con las manos,  llevaba siempre en el bolso de la camisa un tenedor y una cuchara de alpaca que lo sacaban de apuros. Y así mientras mi abuela guisaba por las mañanas, mi tío, con su enorme barriga colgando por encima del cinturón del pantalón,  se sentaba en una silla al lado de la cocina y metía la cuchara en la sopa, en el puré o en el cocido y pinchaba con el tenedor los trozos de carne guisada, las patatas fritas, las croquetas o cualquiera de las cosas tan ricas que nos hacía mi abuela cuando íbamos de vacaciones. Y por la tarde, siempre caían un bocadillo de chorizo y un café con un  paquete de galletas de chocolate que no le quitaban el hambre para la cena.

            El último domingo del mes de agosto se celebraban las fiestas en honor de San Fabián, patrono del pueblo, que coincidía con ser el último domingo de las vacaciones que la familia pasaba reunida, por lo que mi abuela lo festejaba siempre con una comida que tenía lugar en el prado detrás de la casa. A la sombra de los manzanos colocaban una larga mesa cubierta con manteles de hilo y ese día se sacaba la vajilla de las ocasiones. De una rama a otra de los árboles colgaban banderines de colores  y mi tío Ernesto tocaba el acordeón. Como era un día especial la comida también era especial. Entremeses variados, sopa, arroz con conejo, lechazo con patatas al horno, casadiellas ,compota de manzana, y natillas se sucedían en este orden. Y hubiera sido una fiesta como la de todos los años sino fuera porque entre la sopa y el arroz con conejo el tío Ambrosio se desplomó sobre el plato. Al principio nadie se percató de lo sucedido hasta que sentimos a una de mis primas pequeñas decir:

            - El tío Ambrosio se está ahogando en la sopa

            El tío con la cabeza metida en el plato de la sopa tenía un brazo colgando al lado del cuerpo mientras que la mano del otro, colocado encima de la mesa, aferraba el tenedor con un humeante trozo de conejo.

            Una vez superado el estupor inicial y tras comprobar que estaba muerto, se decidió no moverlo de la posición en la que se hallaba hasta que llegara el médico y certificara su muerte, pues alguien dijo que, en este tipo de fallecimientos si se cambiaba de posición al difunto, podía haber algún problema.  Como fuera que al ser día festivo también lo era para él médico, se tardó en localizarlo y los de la funeraria se demoraron porque también estaban de celebración y entre una cosa y otra, pasaron como una doce horas y cuando por fin se pudo mover el cuerpo del finado para meterlo en la caja se encontraron con un problema. El tío Ambrosio tenía ya rígida la mano que sujetaba el tenedor y no eran capaces de abrírsela para que lo soltara. Unos decían que lo mejor sería enterrarlo con el tenedor en la mano, otros que debería cortársele la mano, pues después de muerto ya no se sangra tanto. Al final el criterio que se impuso fue el de mi tío Manuel que decidió traer unas tenazas para abrir uno a uno los dedos del tío Ambrosio. Tras unos desagradables chasquidos a hueso roto lograron abrir su mano y el tenedor de mi tío muerto pasó a engrosar la cubertería de mi abuela compuesta de piezas sueltas pues ella, por miedo a pasar las carencias que decía había sufrido en su niñez, nunca tiraba nada.

            Seguimos volviendo al pueblo a pasar las vacaciones de verano hasta que mi abuela se murió y cuando nos sentábamos a la mesa a comer y mi abuela repartía los cubiertos al que le tocaba el tenedor del tío muerto siempre gritaba:

            - ¡No! ¡El tenedor del tío muerto no!

            Y aunque nuestros padres nos reñían, pude comprobar que si a ellos les tocaba el tenedor del tío muerto lo apartaban con disimulo, o lo cambiaban por el de otro comensal hasta que acababa en el cajón de los cubiertos.

 

Xeres

EL TENEDOR...

EL TENEDOR...

El tenedor del tio…

 

 

 

Había una vez un tenedor al cual nadie quería, siempre estaba sólo en un rincón, apartado de todos; el no comprendía ese desprecio que no ocultaban en demostrar y que nunca tenían la delicadeza de integrarlo como a todos los demás en aquellas fabulosas fiestas. Los acicalaban con dulzura, bañándolos en aquella misteriosa agua que despedía unas burbujas muy agradables y frotándolos después, hasta quedar tan brillantes como el mismísimo sol. El jamás había experimentado tal gozo, ni había sentido los dedos de una hermosa dama tocando su menudo cuerpo ¿por qué me hacen esto? Se preguntaba en la soledad de aquel cajón húmedo y maloliente.

Así los días vacíos y tristes continuaban para aquel pobre tenedor que no entendía el motivo de su existencia.

Un día desde el alba, la casa se había trasformado en una autentica algarabía. Todos los habitantes trabajaban sin cesar para que todo resultase espléndido y, en la cocina empezaban a filtrarse exquisitos aromas, envolviendo hasta el rincón más oculto.

¿Otra fiesta? ¡Vaya! Otra vez me dejarán en la oscuridad… otra vez mis compañeros tendrán la suerte de ser los elegidos… otra vez sufriré la humillación de la indiferencia y el desdén.  Tan triste estaba pensando en su mala suerte, que no se percató de unas manos suaves elevándolo hasta una altura superior  a la habitual. Asombrado y confuso por estar tan cerca de una mujer bella, descubriéndola, como la prometida de un habitante de la mansión.

¿Por qué está este tenedor tan hermoso apartado de los otros? –La oyó decir-

Señora- no lo toque por favor, es el tenedor de un tío muerto del señor y a nadie de esta casa le gusta.

¡Es gracioso! ¿Acaso temen la resurrección de ese tío? No te preocupes por nada; yo me lo llevaré conmigo para que acompañe a mis otros tenedores, herencia también de otros tíos muertos.

Aunque el destino no parecía muy alentador, al menos no estaría sólo.

 

 

Bordex.

 

 

 

 

 

perdon, pero me gusta el FÚTBOL

Perdón, pero me gusta el……………. FÚTBOL                                                                                                       

    

Un barrendero madrugador borra los restos de euforia. Hoy son amarillos y rojos.

Las callejas de la vieja ciudad recuperan la calma después de una noche reventada por la alegría, pólvora contenida que esperaba mecha hacía años.

Este verano mediterráneo golpea desde muy temprano y los primeros  ya desayunan, a la sombra, en las terrazas de los bares, se está muy bien.

En una mesa, un hombre con edad de abuelo mira atentamente un periódico. Lee la crónica del partido, campeones del mundo, está llorando, discretamente, pero no puede contener la emoción que con su artículo le transmite el igualmente emocionado periodista. Limpia sus lentes empañadas y vuelve a la lectura.

Tomo asiento un poco más allá, están regando la plaza y aún se está mejor. Mientras espero un café doble, hago lo propio con mi diario. Yo nunca compro un periódico deportivo. Hoy, lo he comprado, es más, he salido para comprarlo, y con intención de conservarlo.

A mi izquierda, una docena de personas comparten alegres una mesa grande,

Al cabo de unos minutos escuchando inevitablemente sus comentarios, ya sé que forman parte de la Corporación Municipal, el Ayuntamiento está a la vuelta de la esquina.

Hoy no se aprecian diferencias políticas, y como cualquier grupo de compañeros trabajadores en España, todos van a bloque. Ni siquiera las diferencias a muerte que se viven entre aficionados de distintos clubes durante la temporada de liga aparecen en ningún momento.

 Estos funcionarios, concretamente están discutiendo

entre bromas y croisans si proponer el nombre de “la roja” para alguna calle del pueblo.

Después del primer sorbo empiezo a leer. No es mi intención entrar en detalles meramente futbolísticos, pero si me gustaría reseñar que como en toda obra de arte, esos detalles fueron perfectos en esta ocasión.

Sin la perfección completa, el regocijo no llega al clímax. Ayer, llegamos al éxtasis…y muchos acabamos en la fuente haciendo el ganso, pero tan a gusto.

Lo siento por los no aficionados, pero creo que al mundo “serio” no le sobran ocasiones como para andar renunciando a sentimientos y emociones colectivas, y a pesar de “sus” sueldos, tan baratas a nivel individual. La gente quiere fiesta, y alguna, como esta, son únicas e irrepetibles, es la primera vez….

Todos saben que este deporte tiene algo de absurdo, que resulta desmedido el seguimiento que se realiza sobre 22 jugadores en pos de un balón…y miles de gilipollas mirando .Quizás la simpleza sea la base de su éxito en una sociedad tan “desarrollada”

Parece sencillo, tres palos, posiblemente una de las primeras estructuras fabricadas por nuestros ancestros, y algo que rueda y pasa entre ellos. Al margen de que meterla es un placer, y además no es fácil,(el gol es caro y lo caro se cotiza) está el hecho de utilizar los pies, un malabarismo circense sin las omnipresentes manos. Además, televisivamente, el fondo visual en todo momento es ese tranquilizante verde del césped. Esto no evita la aparición de la virilidad y a veces, la violencia, que no es propia del fútbol, lo es del ser humano.

 Si a mi vecinito de quince meses le pones una pelota cerca, trata de darle una patada, y sí, seguramente ya lo ha visto, pero comienza a darse cuenta de que sus piernas sirven para algo más que andar.

Siendo niño, nuestro juguete preferido, dentro de aquel elenco de tres, siempre era el balón. Unos años después de la posguerra, junto a nuestras viviendas  para obreros, aún no abundaban las pistas de tenis ni los campos de golf, además, nuestra talla tampoco nos permitía disfrutar mucho peleando por los rebotes del americano “basquet” y los Globe troters.

Lo que sobraban en nuestras ciudades y pueblos eran explanadas, polvorientos  e ilimitados campos sin urbanizar  o arenales y playas donde con cuatro piedras para las porterías, la ilusión infantil de abundantes hijos de familia numerosa y una mágica pelota más ó menos esférica te entretenías a diario, sin pilas, sin marcianitos, un simple y económico juguete “colectivo”, será malo…

Y es por eso, que en España, si un paisano tiene que devolverle un balón de baloncesto que se les ha escapado a los chavales en su partidillo, lo hará como quien lanza una piedra con la izquierda. En cambio, si la pelota es de fútbol, ¡Ay! Si es de fútbol. Todos trataran de darle ese efecto personal que desarrollaron a lo largo de su juventud, ese toque futbolero. Por eso este es un deporte tan popular. Pocos son los que no han dado unas patadas a un balón aquí o allá. Eso  ofrece la posibilidad de discutir los detalles, de saber de que se está hablando, al margen del nivel intelectual o social., identificarse con ello, y tener opinión, muy importante. Popularidad. En España la mayoría de las personas, sobre todo los hombres, siempre han entendido de fútbol, dicen ellos; Ahora también de Fórmula 1, ojo.

Vuelvo a Peñíscola. Ahora paseo por el mercado. Viene a ser como los de Asturias, pero con más calor y más razas. Huele a melón maduro y axila africana.( desde que empecé en el taller huelo más, ando por ahí como un perro)

En un puesto musical regentado por un fornido senegalés que lleva la camiseta con el nombre de Villa (manda h.) la cantante Sakira concluye cada cinco minutos diciendo que “esto es África”. Otros dos mandingos el la línea, portan bufandas de la selección española, bien ajustadas y acabo de ver que el termómetro de la farmacia marca 37º C.

Pocas cosas son tan universales como el fútbol, un conjunto de movimientos, de lenguaje corporal, una danza diría, que se baila en todos los lugares y para la que no necesitas manejar ningún idioma ó religión, al alcance de mudos, sordos e incluso, lisiados, gays y medio gays, hombres y mujeres, curas y rabinos, artistas y poetas, extraterrestres y galácticos. El fútbol como todos los deportes y todas las actividades físicas son una continuación del ser humano y de sus miembros, lo mismo que pensar o inventar, enseñar o aprender. Es humano desde tiempos de los mayas, en cuya época, era tal el honor de ganar, que los triunfadores en el partido eran sacrificados a los dioses. Yo personalmente, me quedo con el sistema de primas actual.

Sigo paseando a la vez que busco desesperadamente una cerveza…

Infinidad de ventanas y balcones lucen esta bandera a la que le han suprimido el color morado. Supongo que para ahorrar tinte. De hecho creo que pocas veces he visto lucir el trapo con tanta inocencia, sin que su lucimiento coloque a nadie en ninguna de las dos Españas.

Realezas (estos sueldos si que me molestan) y votados se suben al carro, siempre a toro pasado (con perdón, solo faltaba empezar ahora con los toros. Aprovecho: TOROS TORTURA)

Podría aportar muchos detalles más a favor y en contra del fútbol. Él está ahí, para quien lo quiera disfrutar y también, gratis, para quien lo quiera odiar.

OÉ OÉ OÉÉÉ

 

mogox

La zorra y la liebre.

 

 

La zorra estaba al acecho,

mientras la liebre comía,

esperaba, esperaba

pero no se decidía.

 

 

La liebre se fue corriendo

nada la detenía.

Y la zorra con el hambre

apenas se movía.

 

 

A la liebre le dio pena

y hasta ella se acerco,

pero antes de darse cuenta,

en un tris, se la comió.          

 

 

(Moraleja)

 

Nunca te fíes de la apariencia.

Por ser buena, acabaste, ofreciéndote de cena.

 

 

Bordex.

 

Gladiadores del XXI

El esclavo que dijo NO

 

    Primero saltó ’Pelotito’, marcado con el número 91, toro de excelente trapío y bien armado, acogido con fuertes aplausos. Hizo salida caliente, apretando a los cabestros. Luego se dio suelta a ’Carafina’ igualmente de excelente trapío. En cuanto se vieron se embistieron furiosamente, de frente, quedando tendidos en la arena con la impresión general de estar muy heridos. ’Carafina’ se rehizo y arremetió de nuevo contra ’Pelotito’ mortalmente.

    Las voces y esfuerzos de los mayorales por separarles e interponer los cabestros fueron inútiles. Finalmente, las voces de Alberto Martínez, tan avezado en las operaciones de desenjaule, lograron que Carafina abandonase su presa y siguiese el rastro de los cabestros camino de los corrales. Carafina observaba, satisfecho, como se lo llevaban, ya muerto, al desolladero.

    El violento encontronazo de los dos toros de Valdefresno fue más sorprendente, si cabe, porque los toros de este encaste suelen tener apariciones tranquilonas. Esta vez se rompió el guión.

    Habían oído hablar de Espartaco, de Druba y de Antonino. Como ellos, habían intentado inútilmente la rebelión, pero siempre habían fracasado.

    - Ya estoy harto de que se diviertan con nuestra sangre -, dijo Pelotito. Carafina asintió.

    Y así los dos hermanos acordaron privarles de tan salvaje diversión, enfrentándose a muerte nada más salir al ruedo. Pelotito cayó fulminado…y feliz.

 

Bisha

La magia...

La magia del balón

 

    Las calles estaban desiertas y silenciosas. De muchas ventanas colgaban telas bicolores. Cuando bajaba por Galina me crucé con un adolescente que caminaba como un zombi, gritando y saltando. Me asusté, pensé que me había descubierto. Pero no, iba conectado.

    En La Camerana divisé un hombre de mediana edad, al cruzarnos nos miramos entre tímidos y sospechosos, - ¿qué haces aquí? –, creo que pensó. Me sentí culpable.

    Un barrendero, que parecía trabajar, me envolvió en una nube de polvo, como si me estuviera recriminando.

    Sólo una señora que paseaba a su bebé se volvió, con ojos comprensivos, creo yo.

    ¿Qué estaba pasando?

    GOL, GOL, GOLLLLLL…Fue la única señal sonora, pero provenía de todas partes. Entré en uno de esos lugares donde se reúnen para beber y vi lo que todos miraban en la TV: Un grupo de humanos corriendo detrás de un balón por lo que, según me contaron, ganarían más que todos los allí presentes juntos en toda su vida.

    Me pareció extraño porque en los últimos tiempos se había hablado mucho de crisis, de paro, etc. y pensé que todo habría pasado ya, pero no. Hice algunas investigaciones y he llegado a la conclusión de que el balón es un artilugio mágico, lo único que les saca de su letargo, haciéndoles olvidar todos sus problemas.

    Definitivamente, estos terrícolas son muy raros.

    Me voy a buscar vida inteligente en otros planetas.

 

Bisha

Las tribulaciones...

Las tribulaciones de una asturiana en China

 

    Hacía muchos años que Encarna trabajaba como conductora de Halsa en China.

    Le había costado mucho convencer a los ejecutivos de la empresa para que la contratasen, pues por aquel entonces las mujeres sólo trabajaban en casa. Por otro lado, las diferencias culturales eran enormes…y además, les parecía sospechoso que siempre viajara con una gran maleta vacía. - Es que he dejado atrás todas las cosas superfluas -, se explicaba, encogiéndose de hombros, - y por si encuentro otras con qué llenarla -, añadía.

      Pese a todo, y tras varios meses a prueba, decidieron contratarla, porque era muy eficiente: Devolvía impolutos los autobuses que conducía, cosa que no ocurría con los hombres conductores; era puntual, lo que los clientes agradecían con reverencias; era cariñosa con los niños, tanto que las madres se despreocupaban si tenían que viajar solos: sabían que Encarna no se los entregaría a nadie hasta que no hubiera comprobado su identidad cuidadosamente.

    También porque era una excelente cocinera: a los viajeros les encantaba el olor de sus bocadillos de tortilla, sus riquísimas empanadas y sus bollos preñaos. A veces, se los cambiaban por un buen bowl de arroz tres delicias, rollitos de primavera o pato lacado estilo Pekín, que a ella le encantaba.

    Pero lo que más les gustaba de Encarna era que cantaba, por lo que ellos creían que eran soleares, mientras conducía. En realidad, Encarna era asturiana, pero nunca consiguió meterles en la mollera que en España había otros folklores aparte del flamenco. Interpretaba canciones de Vicente Díaz, folklore asturiano, nanas asturianas, etc y los pasajeros la acompañaban con palmas, tarareando, y hasta taconeando, al estilo flamenco. En cualquier caso, los trayectos resultaban muy alegres y Encarna vivía feliz en China.

      Sin embargo, de un tiempo a esta parte las cosas empezaron a enturbiarse: De las maletas de los buses que conducía Encarna desaparecían pequeños objetos de valor. Nadie sabía cómo pasaba, pero   indefectiblemente, tras cada viaje, se interponía alguna denuncia. La compañía puso vigilancia desde que las maletas eran colocadas en el bus hasta que llegaban a su destino. Pero aún así los robos continuaban.

    Aunque ella negaba repetidamente tener algo que ver con esos robos, los clientes disminuían. Corría la voz de que sus autobuses estaban embrujados. Y se preguntaban si de alguna manera los objetos desaparecidos no saldrían del bus en su maleta ¿vacía? Aunque se esmeraba por cocinar cada vez mejor y cambiaba su repertorio coral, ya nadie quería sus tortillas, ni sus empanadas, no cantaban y los viajes empezaron a ser tristes y monótonos, como en los demás autobuses.

    Un buen día, uno de los pocos viajeros que aún confiaban en ella, se levantó alarmado. Estaba lívido. Decía que oía voces lejanas de SOS que provenían del “más allá”. Al principio pensaron que había perdido la cabeza, pero ante su insistencia, Encarna detuvo el autobús. Entonces  se oyeron claramente voces y golpes, pero no del más allá sino del maletero.

    Los viajeros corrieron despavoridos, ante lo que pensaron que era el mismo diablo. Pero Encarna, valientemente, abrió el maletero y constató con gran sorpresa que las voces procedían de su vieja maleta. Cuando la abrió, un diminuto hombrecillo, más flaco que una espina,  congestionado y casi al borde de la asfixia, salió tambaleándose. Estaba cubierto de arroz y flores destrozadas.

      Poco a poco los viajeros fueron aproximándose de nuevo para escuchar su historia:

     Mientras Encarna se preparaba para el viaje él, astutamente, se colaba en su maleta, pues se había percatado de que la dejaba siempre sola en el almacén. Una vez en el maletero del autobús, esperaba a que este arrancase y abría tranquilamente los equipajes para coger lo que le gustaba. Luego se volvía a la maleta vacía y, como era tan pequeño y delgado, Encarna ni siquiera lo notaba. A decir verdad, sí que notaba que pesaba algo más, dijo ella, pero lo atribuía al cansancio del viaje.

     Resultó que aquel día, ante las maliciosas insinuaciones y sin saber muy bien porqué, Encarna había cerrado la maleta con llave, cosa que nunca había hecho antes, lo cual había impedido al hombrecillo salir y casi le lleva al otro mundo.

     Ro-Bon-Tot, que así se llamaba, explicó entre lágrimas que no tenía otra forma de ganarse la vida, pues, como era tan pequeño y delgado, todos se reían de él y nadie quería darle trabajo. ¿Y el arroz y las flores?, preguntó un viajero. - Robo arroz para vivir y flores para tener porqué vivir -, explicó. La cita confuciana conmovió todavía más, si cabe, a la audiencia, ya visiblemente emocionada.

    A partir de aquel día su vida cambió.

    Encarna que, además de todo lo dicho anteriormente, también tenía un gran corazón, consiguió que la compañía le contratara como ayudante-azafato-chico-para-todo. Para convencerles ofreció parte de su sueldo, pero también utilizó argumentos de indiscutible interés para la compañía: no solamente se quitarían de en medio el problema de los robos, sino que  crecería su buena fama por ayudar a una persona tan desfavorecida, y además les demostró que era un trabajador eficiente y muy servicial.

    Efectivamente, la noticia corrió como el viento, la clientela aumentó tanto que tuvieron que aumentar la flota de autobuses. Encarna no perdió nada porque inauguraron una Escuela de Conductores que le pidieron que dirigiera. Y Ro-Bon-Tot se ganó el respeto y cuidado de todos los viajeros.

 

Xana

(Aunque no sea sobre su casa; su casa, su maleta...)

Casa Encarna

Casa Encarna: El jardín de las delicias

 

    Aquella inolvidable noche fue el comienzo del resto de su vida, ya que fue cuando se gestó lo que habría de tener tanto éxito y supondría su realización plena.

    Era una cálida noche de verano cuando celebramos la clausura del TLS. A Encarna se le ocurrió invitarnos a cenar en su casa unos días después. Habíamos acordado llevar comida y bebida entre todos pero, aún así, ella decidió preparar - “algo ligero” –, dijo.

    Nos dio la bienvenida uno a uno agasajándonos con un inolvidable escenario.

    El jardín estaba iluminado con bombillas multicolores que le daban un aire íntimo, como de verbena antigua. Sonaban entrañables nanas y baladas asturianas.

    Las mesas estaban cubiertas con leves manteles verdes, de finísimo raso, que se agitaban con la brisa ligera, coronadas por riestras de margaritas, caléndulas, pasifloras, buganvillas…y rebosantes de viandas de la tierra: Sobre platos de cerámica negra de Miranda, brillantes empanadas de llámparas, de boletus y de bacalao con cebolla, exquisitamente adornadas con motivos de la mitología local; tortillas paisana salpicadas de alegres colores rojos, amarillos y verdes; chorizos a la sidra en encantadoras cazuelitas de barro; preñados cocidos con pan ligeramente dulce presentados sobre fuentes de cerámica de Faro; y delicados pastelitos de arándanos y frambuesas en platitos de flores y frutas de San Claudio.

   La cena fue un deleite para los sentidos, pues todo ello componía una deliciosa atmósfera que nos cautivó desde al mismo momento en que entramos. El ambiente emanaba suavidad y refinamiento y, cuando por fin se hizo el silencio, aparecieron los trinos de los grillos y el aroma dulzón del galán de noche.

    Pronto se corrió la voz del buen gusto y “savoir faire” de Encarna. Los vecinos empezaron a pedirle que organizara otros eventos para sus celebraciones, o simplemente por el placer de pasar una noche en el que desde entonces se llama “El Jardín de las Delicias”.

 

Xana

El río

El río

El río.

 

 

 

 

 

 

 

Había abundante agua en el río

Sonaba dulce en ocasiones

Otras, gemía en su vaivén

Pero en todas circunstancias

¡Vivía! Vida que vibraba

Que resplandecía

 

Hoy, ese río ya no está

La sequía se lo llevó

No existe el clamor

No existe la vida

Solo un páramo de nada

Sustituye el ayer

 

Unas gotas olvidadas

Intentan sobrevivir

Aferrándose a un sueño

Y ese sueño… es resistir

 

 

 

 

Bordex

 

La casa de Encarna

 

 

 

 

Hoy, mi compañera de taller “Encarna”, me invitó a tomar un chocolate en su hermoso chalet para hablar de todas las anécdotas ocurridas en los diferentes talleres a los que acudimos durante el invierno. Me parece una gran idea, porque desde luego tema si que hay, así que ni corta ni perezosa, preparo la bicicleta (está un poco lejos su casa) y me dispongo a pedalear un poco (aunque me duelen las piernas) pero merece la pena. Conocer su casa es una incógnita, ya que ella siempre alardea del caos establecido.

Bueno, al menos por fuera resulta todo un “poder”. Cuando ella sale con su media sonrisa y cara burlona a abrir la puerta, me pregunto que tramará, pero me hace pasar al salón  (que, me imagino, porque no hay nada) lo mismo en las habitaciones, en la cocina… no hay baños… ¿Qué pasa? ¡Es una casa vacía! Todo está en su mente.

 

 

Bordex

Su casa

—Hola, ¿Encarna?

Habían pasado muchos años pero la pregunta sobraba; Encarna no había cambiado y me envolvió con su sonrisa de niña sorprendida y su mirada verde.

            —Bueno sí, soy Encarna, aunque bueno… no sé yo si… —me intentó explicar mientras me abrazaba—  ya sabes cómo es eso, a rato lo soy, otras veces no… pero ¡da igual!, ¡pasa mujer!, no te quedes en la puerta.

Encarna hizo ademán de que la siguiera y pasamos a lo que llamó «una especie de cocina».

            —Querrás decir, una cocina —repliqué al ver que me encontraba en una habitación, calco exacto de la imagen mental que tengo yo de una cocina.

            —Sí, tal vez sí, aunque, según el momento del día, me siento en ella como en un salón —me contestó,  buscando mi mirada en un punto exacto a través del cristal de sus gafas.

Luego, pasamos a un salón que se le antojaba a veces jardín, a un dormitorio que tenía mucho, según ella, de despacho… y así, hasta llegar  al desván que llamó « isla» y en el que tenía almacenado un montón de sueños; pero no eran sueños rotos, olvidados, polvorientos, como se suelen encontrar en muchos desvanes, no… eran sueños aún muy vivos que Encarna miró con una mezcla de ternura y resignación.

—Tendría que hacer algo de limpieza en todo esto…

Pero, ya se iba hacia la puerta y me proponía salir al jardín (que sólo a veces era jardín) para tomarnos una sidra.

 Por el ventanal que daba a la cocina, la vi preparar los vasos y algo para «picar»; actuaba como lo hacía cuando buscaba en su libreta de relatos los distintos finales que podía tener una de sus historias, o cuando nerviosa, intentaba recuperar el desenlace de uno de sus cuentos que, por arte de magia, se había atrevido a adelantarse a la introducción.

La casa de Encarna era como su libreta: llena de sorpresas, de cosas que parecían ser, pero que no eran. Si las historias de Encarna nunca habían podido quedar quietas tras las líneas de una libreta, su casa tampoco podía limitarse a ese trozo de mundo que queda retenido entre cuatro paredes y sus tabiques correspondientes.

            Charlamos de todo y de nada, de aquellos talleres de literatura en los que aprendimos a poner palabras a los sueños y, cuando nos quisimos dar cuenta, ya se había hecho de noche.

 Me despedí de mi compañera que me llevó hasta la chimenea.

            —A mí me parece el camino más divertido, salir por la puerta termina siendo muy aburrido.

Y por la chimenea me fui.           Elegantex

HAIKUS

HAIKUS

 

 

 

Junto al camino

Tejen las amapolas

El color del verano

 

Retazos de sol

En la luz mortecina

Del atardecer

 

Gotas de lluvia

Corren, revolotean

Sobre el cristal

 

Cae la nieve

En el camino blanco

De este silencio

 

Huellas en la arena

Que el mar respeta

Sin esperanza

 

Hojas doradas

Iluminan la tarde

El cielo es gris

                  MEGX