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Taller Literario de Salinas

ADIOS A LOS LIBROS

ADIOS A LOS LIBROS

 

 

     Me gusta estar rodeada de ellos, olerlos, tocarlos… Muchos están inservibles, deteriorados por el paso del tiempo, la acumulación de polvo, las manchas de humedad…ya cumplieron su misión, pero soy incapaz de eliminarlos a pesar de que se amontonan en dobles hileras, en vertical y en horizontal. Sin embargo, hay momentos en los que no hay elección: hay que deshacerse de algunos…y las obras en casa son un imperativo perfecto.

    Los voy empaquetando: Los que quiero conservar, en unas cajas y, en otras, los que no. Aunque cambio varias veces de criterio, los trajino de una a otra, dudando si conservar algunos condenados. Mientras lo hago, releyéndolos me asalta, antigua, la memoria…

    Los hay de los que no recuerdo prácticamente nada, sólo el hecho de haberlos leído. Y los hay de los que, sabiendo que me encantaron, tampoco soy capaz de recuperar detalle alguno. Me justifico diciéndome que siempre queda el poso analítico, lo cual es cierto, pero me jeringa no tener más memoria descriptiva y no poder definirlos más que con simplezas del tipo “me gustó” o “no me gustó”. ¡Se la vie! Y aún así, sé muy bien cuáles sí y cuáles no, pero, sobretodo, aún reconozco muy bien aquellos que dejaron en mí una huella imborrable. Esos que son preciosos para mí por muy diferentes razones.

    El “Nombre de la rosa” o “La insoportable levedad del ser”, cuya lectura adolescente me marcó profundamente y, cuyas versiones cinematográficas - ¡las recuerdo! - son también excelentes. De “La pasión turca” me cautivó la novela, (la peli es un bodrio indigerible, con  la tópica/típica Ana Belén como protagonista, aunque gracias a ella – a la peli, no a Ana - me compré el libro). A Gala empecé a leerlo en sus famosas “Charlas con Troilo” (aquellas agudas reflexiones sobre lo divino y lo humano, en forma de tiernos diálogos hombre-perro) y lo abandoné con “El jardín secreto” por demasiado empalagoso, aunque nunca dejé de leer sus ocasionales artículos hasta que dejó, creo, de escribirlos. Él me abandonó a mí.

    Muchos de los libros que atesoro están relacionados con viajes. A Kundera lo descubrí unas navidades en Budapest, abrumada por los grados bajo cero y su belleza blanca. “El invierno en Lisboa” surgió de una ruidosa nochevieja - de cacerolas - en aquella ciudad. “Ventanas de Nueva York” lo adqurí en Burns and Noble, una calurosa noche de agosto, por el placer de consumir a las 12.00 a.m. en la gran manzana, la que nunca muerde, perdón duerme. El más entrañable fue quizás “El silencio de las sirenas”, que leí en su contexto, Las Alpujarras, donde sentí todo peso del misterio que rodea a la obra. De “El halcón maltés”, ví primero la película, una más de las obras maestras en B/N de Huston, que siempre ha sido mi director favorito.  Luego leí la novela, que también es una joya, y, casi a continuación ofertaron un viaje a Malta, directo desde Asturias, así que allá me fui. En Argentina nunca he estado y si embargo percibí muy bien el alma platense a través de Roberto Arlt, por los libros que me trajo un querido amigo, entre ellos incluso una edición de viejo.

     Echo de menos algunas novelas que me parecieron gloriosas. “El cartero de Neruda” me gusta tanto que siempre lo regalo y lo vuelvo a comprar, una y otra vez. “El marino que perdió la gracia del mar” de Mishima, que me invadió por su belleza y crueldad, a partes iguales. “El perfume”, que despertó mis instintos, además del olfativo… ¡se habrán quedado ¿olvidados? en la estantería de algún amigo!

    Por cierto que los libros, como los amigos, te traen recuerdos, o no. Unos pasan por tu vida sin dejar rastro (ni falta que hace), otros se tambalean en la cuerda floja de tus emociones (van y vienen, como la memoria). Los que valen, los que te valen a ti porque, sin tener un valor mesurable en ningún sentido, dejan huella…esos estarán siempre contigo.

    Finalmente, lleno varias cajas con los rechazados y me despido de ellos ¿para siempre?: Hay que hacer hueco para nuevas historias literarias…y vitales.

 

Xana

6 comentarios

jorgexx -

No habia tenido la suerte, hasta el día de hoy, de leer esta fantastica reflexión sobre los libros. Me ha gustado mucho. Nuestros amigos los libros ¿Cómo los adoramos? Son el punto de conexión y através de ellos podemos viajar a todos los lugares, descubrir infinidad de historias, de personajes.... y dejan ese poso en nuestra alma, van moldeando la persona que somos.... A mi me resulta muy dificil desprenderme de mis libros.
Los libros, esos objetos que, en su interior, guardan una historia. Algo así como nosotros. Un abrazo.

mmga. -

"Me asalta, antigua, la memoria"

Excelente, Xana.

Ya se quien soy -

Ja,ja.Las naranjas son blancas;o la nieve ya no existe.!Tanto tiempo con la nieve blanca! Que pena la echaremos de menos.

Ya se quien soy -

Me gusta,me gusta.Creo que estas madurando;me parece una reflexión pausada y refrescante.

elegantex -

estoy de acuerdo con todo lo dicho por Xeres y añadiría que me gusta mucho la comparación que haces entre libros y amigos... :-))... meter a algunos en una caja y...¡ a reciclarlos!...je,je,je ¡muy buena reflexión!

Xeres -

Me encanta esta reflexión que haces, o quizá monólogo interior, no sabría muy bien como definirlo, porque me identifico contigo en muchas de las sensaciones y emociones que te produjeron la lectura de esos libros, en su asociación con los recuerdos y en tus opiniones sobre algunos autores. Yo también leía a Antonio Gala hasta que se convirtió en "pastelero" y me releí "Charlas con Troilo" por aquello de mi amor por los "chuchos". ¡Vamos que estoy de acuerdo contigo!