Blogia

Taller Literario de Salinas

Al alba salió

Con fuerza la semilla

Expandiéndose

 

 

Roble viejo

Tus hojas se marchitan

Desnudándote

 

 

Planta que trepas

Intentando alcanzar

El paraíso

 

 

Entre las zarzas

Se oye un gemido

Herido está

 

 

 

Junto al río te vi llorar

Lagrimas frías…

En la orilla las recojo

Para ponerles un altar

Recuperar el recuerdo de lo vivido

La experiencia de la ausencia

Que no se quede en olvido

Sentir el calor que de ella mana

El olor de las rosas

La brisa de la mañana

El murmullo de las olas

La luna entre las montañas

El verso que nadie toca

La nostalgia de tus besos

Cuando ya despunta el alba.

La esperanza de encontrarte

Ver el brillo de tus ojos

Abrazar tú cuerpo desnudo

Y nunca más separarme

 

 

DOBLE IMAGEN.

 

 

 

 

 

Espejos rotos.

Múltiples imágenes

absorbidas en el tiempo.

Prisioneras…

Confunden mi mente

¿Dónde estás?

Te buscaré,

te buscare en cada una de ellas

¡OH!  dulce esperanza,

no marchites la ilusión

que en mi corazón habita.

Romperé la red;

barreré lo invisible,

y volveré a escuchar

              el susurro de tu voz.

 

 

25/11/2011– DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

25/11/2011– DÍA INTERNACIONAL DE LA ELIMINACIÓN DE LA VIOLENCIA CONTRA LA MUJER

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí». Augusto Monterroso.

 

            Sr Monterroso ruego nos deje por unos días sólo, cambiar una de las siete palabras que más ríos de tinta han hecho correr en el mundo del microrrelato.

            Así quedaría pues:

«Cuando despertó, la "bestia" todavía estaba allí.»

            Sí, Señor Monterroso, para muchas mujeres, las bestias siguen estando aquí, entre nosotros.

            Gracias por su apoyo en este Día Internacional contra la violencia hacia las mujeres, con la esperanza de que, pronto, todas puedan despertar.

Taller literario de Salinas

Encarna Vigil Felix

El aire caliente

El aire caliente

 

Fue el aire caliente, se lo juro señor Juez. Si no fuera por el aire caliente no hubiera sucedido nada. Pero es que siempre es igual. Es algo que me sucede desde que era niño. Mi hermana, cuando me veía así, se escondía. ¿Sabe? Ya le afectaba a mi padre. Debe de ser algo genético porque a mí me sucedió igual. Y ya con Eva, cuando soplaba ese aire, se me despertaban los malos instintos, esos que no te puedes contener. Luego le pedía perdón y ella siempre me perdonaba. Ese día, cuando llegué, estaba allí sentada con el niño al pecho y cantándole esa nana tonta. “Duérmete niño, duérmete ya, que si no viene el coco y te comerá”. Y el aire caliente y la nana tonta y ella, allí encogida, mirando arrobada al niño, que desde que nació no tenía ojos más que para él.  Y el aire caliente señor Juez, ese aire caliente que te nubla la cabeza. Luego estaba tendida en el suelo y había algo raro, porque tenía la cabeza girada a la derecha y sus ojos miraban hacia la izquierda, como si quisieran salir corriendo. Yo la llamaba pero ella que nada, que no me contestaba. Y el niño, señor Juez, ¿cómo está el niño?

 

Xeres S. Aguirre

 

Casada con la muerte

Casada con la muerte

                                                Yo te quiero

                                                 Yo te amo

                                                Yo te adoro

                                                Yo, yo y yo

                                                  Mi vida

                                                  Mi amor

                                                 Mi tesoro

                                                Mía, mía y mía

                                    En la salud y en la enfermedad

                                              Ahora por siempre

                                            Ahora me perteneces

                                                     Ahora ya

                                                Aplacarás mi ira

                                              Aplacarás mi rabia

                                          Aplacarás mi frustración

                                        Os declaro marido y mujer

                                                       A golpes

                                                       A tortas

                                                       A hostias

                                                    Con la mano

                                                    Con el puño

                                        Con fuerza y gran violencia

                                     Hasta que la muerte os separe

                                                    Y los separó.  

                                                             Alejandro M. de Diego

Palabras

Palabras

Rompe con  tus silencios. Deja

Que vuelen en el aire las palabras

Palabras de angustia, de temor

De rabia.

Si sientes algún día tu cara golpeada

No calles nunca, por favor

No encadenes tu alma.

Piensa siempre, mujer, que no estás sola

Que muchos te acompañan.

Levanta tu frente y mira al cielo

Y busca tu camino y construye

Tu hogar en otra casa.

Y así, cuando ya no lo esperes

Una nueva mañana

Podrás volver a ver

Luces de libertad

En tu mirada.

 

          Tere

Desilusión

Desilusión

Tu mirada desafiante

hace temblar mi alma.

Tengo miedo a tu odio.

Me envuelvo en la sombra.

A lo lejos oigo tus voces.

No por favor, no sigas.

El alcohol te degrada.

 Una y otra vez,

me persiguen los fantasmas

de un ayer cercano.

 El rencor y los celos

desquiciaron ese amor,

que algún día nos tuvimos.

Ilusiones troncadas

en un túnel sin salida.

¿Qué  fuerza sombría se apoderó de ti?

¿Qué ponzoña envenenada te dieron,

para que me maltrates así?

 

Malala

Quien más te quiere

Quien más te quiere

Del refrán: Quien bien te quiere te hará llorar.

 

¿Por qué te hará llorar quién más te quiere?

Si es amor de verdad, te puede hacer feliz,

serena, dichosa, en paz con todo el mundo,

complaciente y con ansias de amar y de vivir.

 

Porque, casi siempre hay dolor cuando se llora

y tras ese dolor, desengaño y temor,

y un resentimiento adormecido que conduce

a una temible y brutal provocación.

 

Pero tú sólo piensas que es tuya y tú decides,

sin siquiera dejarla hablar, defenderse o respirar,

maltratando su vida despiadadamente

porque dices que es tuya y sólo para ti.

 

¿Te crees realmente que puede ser amor?

 

No son amores insultos y palizas, degradación, cobardía,

despotismo y crueldad. Sabes muy bien que es el momento justo,

y la furia que sientes, más grande que el amor,

lo zanjarás con un diestro golpe de cuchillo o,

de un certero disparo en su joven o viejo corazón.

 

Insensato y cobarde ¿Pensaste que pudo haber amor?

 

Marita

 

Satán

Satán

Cuando Satán llame a tu puerta

no lo dejes entrar.

No escuches su voz que,

siempre será dulce,

será convincente…

pero nada es verdad.

Busca tu alma,

débil, vulnerable…

Te atrapará en su mundo,

sin dejarte escapar.

Sufrirás las penas

del sufrimiento,

esas que anulan la vida

por seguir el camino

errado.

Fácil es caer

en sus brazos acogedores,

de promesas inútiles.

Cuando Satán llame a tu puerta

no lo dejes pasar,

será el final de tu vida…

y de tu libertad.

 

                                                Carmela

Ángeles

Ángeles

Quedaban unos minutos antes del recreo. La profesora decidió terminar la clase con una de las actividades que más gustaba a sus alumnos.

            –¿A ver quién me dice una palabra empezando por "R"? Y, por favor, de uno en uno.

            –Rueda –lanzó Arturo desde el fondo de la clase.

            –Muy bien. Ahora, otra que empiece por "S".

            –Sopa –contestó Laura.

            –Perfecto, lo estáis haciendo muy bien. ¡Sigamos! Por la "M".

            –Mamá –dijo Jorge con una sonrisa de ojera a oreja.

            –Estupendo Jorge. Y ahora una palabra que empiece por "P".

            –Papá.

             –Sí, muy bien Arturo, pero tienes que dejar que contesten los que no lo han hecho aún. Vamos a ver... Ángeles. ¡Ángeles! ¿Me oyes? Estamos buscando palabras que empiecen por una letra determinada; por ejemplo, con la "M", Jorge dijo "mamá", con la "P", Arturo propusó la palabra "papá", ahora dime, a ti, ¿qué palabra se te ocurre...?

            Pega –murmuró Ángeles.

            Perdona – no te he oído, ¿puedes hablar un poco más alto? ¿Qué palabra me decías que se puede escribir con la "P" de "papá"? –le preguntó la profesora.

            – Pega –repitió la niña con la mirada clavada en el pupitre.

                                                                                    Dominique

Miedo encerrado

Miedo encerrado


Oculto bajo la almohada

Noche tras noche

Y hasta la madrugada recién formada

Quieto   callado

Pálido y desvergonzado

Inquietante y duro

Entremetido en la alcoba

de suspiros oyente

 

 

La sábana aun mojada

De unas lágrimas escabullidas

 sin permiso derramadas

 de desesperación presas

Sumisas

 

 

 

 

 

 

Contando segundos

Borreguillos y luceros

En aquel mundo oscuro

De un tamaño inseguro

Trascurren pesadas las horas

De minutos cargadas

Mientras los ojos agotados

Enrojecen de hastío

En la noche cerrada.

 

María

 

La trastienda

La trastienda

Joder, chico, yo sé que estas cosas pasan, y demasiado a menudo por desgracia, pero cuando ya las presencias tú, se te vienen encima tantos titulares de periódicos, tantas mujeres anónimas a las que no lloraste porque te pillaban lejos...

            La chica cogía todos los días el primer autobús de la mañana. Creo que trabajaba en una empresa de limpiezas o algo así. Era muy agradable, pero tenía una cara muy triste, así como de tener mucha trastienda, ¿me entiendes?.. Yo me fijo mucho en la gente mientras suben y a veces hago cábalas sobre su vida, me invento su historia. Y la de esta chica me apuntaba bastante mal. Siempre venía sola, pero ayer subió con un hombre. Entraron ya discutiendo por algo, pero ella echaba balones fuera porque no quería entrar al trapo delante de la gente, imagino. Se sentaron justo detrás de mí. Ahora pienso que quizás quiso protegerse con mi cercanía, joder. El tío le estaba preguntando algo sobre un tal Emilio, y ella le aseguraba que no era más que un compañero de trabajo. Pero él, erre que erre, que  si “voy a verle yo el careto ahora al chulo ese”, que si “ya sé porqué te levantas tan deprisa por las mañanas”, que “para agarrar una puta escoba no hace falta tanto maquillaje y tanta hostia”....La chica empezó apaciguándole como pudo, pero cada vez le temblaba más la voz, imagino que por vergüenza, pues el resto de la gente se había quedado muda, quizás presintiendo la desgracia. Nunca se me hizo tan largo el trayecto... El tono fue haciéndose cada vez más fuerte. Debió de zarandearla porque se quejó de que le había hecho daño. En vez de calmarse, le debió de soltar un bofetón, porque la gente contuvo un grito. Y ya todo sucedió demasiado deprisa. Yo le recriminé su actitud como pude, mientras intentaba aparcar el autobús. Pero entonces se oyeron voces, gritos, y la gente como loca acurrucándose hacia el fondo. No pude hacer otra cosa, de verdad. Sólo pensé en que llevaba un volante entre las manos. Y cuando logré frenar sin provocar un accidente,  la chica estaba llena de sangre y tenía una cara de terror como jamás he visto. Ni siquiera pensé en el hombre. Luego me enteré que salió corriendo en cuanto paramos. Me quité la chaqueta y empecé a tratar de parar aquel torrente rojo...

            Enseguida llegó la policía alertada por algún pasajero. Se llevaron a la chica en una UVI móvil, después de atenderla como pudieron allí mismo. Acabo de preguntar por ella y me han dicho que ha muerto antes de llegar al hospital. El muy cabrón sabía dónde le daba.

            No sé si voy a seguir con mi juego de las historias. Mejor escucho la radio...

Rosa Rubio Domínguez

 

 

el desayuno

Por la mañana,

por el día,

cuando me levanto,

todos los días,

365 días al año,

o casi todos,

con todas sus variables,

excepto una,

la de siempre,

el cola cao,

con kornflakes,

con galletas,

con tostadas, mermelada y zumo,

que rico,

mi desayuno.

 

Por: A. M. de Diego. Alex.

La Oreja

 

Un hombre que por la noche no puede dormir por culpa del calor, se levanta y va al primer bar que encuentra abierto, ahí toma unas cuantas cervecitas bien fresquitas, mmmm, al final se anima y empieza a tomar unas copas y otra, al final sale haciendo eses, va al parque, se acerca a un árbol, mira a todos los lados a ver si no le ve nadie, dicho y hecho el hombre orina y cuando termina, ve que en el suelo hay un objeto, se agacha y mira esa cosa incrédulo, y dice coño la oreja de Vangog, se acerca la oreja a la boca y le dice eh! que vas perdiendo las cosas!

Por: A. M. de Diego (Alex)

En la piscina

Uf, que calor tengo, menos mal que este año ya tenemos la piscina y nos podemos bañar, además quiero tomar un poco el sol para coger algo de color, que hoy viene mi hija con su novio, es un portento, y además abogado, tiene un cuerpo que es de pecado, sobre todo por los pensamiento impuros, mas que pensamientos son fantasías, casi mejor ni pienso que me da mas calor, me recuerda al de la tele, el presentador de no que programa, que bueno que esta, de tanto pensar en él me ha entrado sed.

Julio cariño ¿me puedes traer un vaso de agua por favor?-

Míralo es igual que un oso, eso si un oso dócil, amaestrado, con esa barriga que tiene ahora que dejó de fumar, que no para de comer o mejor de engullir un día le va a dar algo, si es que no para.

Aquí tienes amor, tu agua-

Gracias-

Le doy varios tragos, como lo necesitaba, si es que a poco me deshidrato.

Al instante veo que entran mi hija y su novo, ese pedazo de pan, les saludo,

Buenos días ¿Cómo están los tortolitos?- les doy un par de besos, cuando estoy a su lado le examino de arriba a bajo con un a mirada rápida, furtiva y concisa.

Cambiaros, poneros los bañadores, así podréis tomar el sol y bañaros que hay que disfrutar del día- les animo.

Ellos, prácticamente a la vez sueltan con gran alboroto,-¡nos casamos!

Que alegría os casáis que felicidad estoy emocionada- digo, me acerco para felicitarlos, me arrimo al novio y me dejo caer como entre desmayo y torpeza, me agarra fuerte entre sus brazos, fue un instante, pero que instante, me levanto y les abrazo efusivamente, si es que este chico esta fuerte, pero de verdad.

Mas tarde se cambian y salen en bañador, que cuerpo, que culo, si ese abdomen es una tableta que me comería gustosa, si es que va provocando, intento centrarme pero me es imposible, así que me doy un baño en la piscina para refrescarme, salgo y me voy a mi cuarto a cambiarme, dejo que por un instante me aborden las fantasías, pero me interrumpe el pitido del móvil, es Alex, mi hijo, que viene a comer con su novia, esa fulanilla, ya me imagino a mi marido babeando todo el día tras ella y haciendo graciosadas, hoy tendré que visitar al párroco a confesar estos pecadillos, eso si como  pille a Julio haciendo algo con la guarra de la novia de Alex se la corto.

Por: A. M. de Diego (Alex.)

La gota gorda

En mi edificio todos los dormitorios están orientados hacia el oeste, lo que los convierte en auténticos hornos desde mayo hasta bien entrado octubre.

            Por eso me encuentro hoy, a las tres de la mañana, en la terracita que da a un patio interior, intentando conciliar el sueño en una cama improvisada, al igual que lo están haciendo la mayoría de los demás vecinos.

            Lo más molesto no son los ronquidos del de debajo, ni cualquier otro ruido propio de dormitorios, amplificado en el patio, verdadera caja de resonancia. No, lo que resulta molesto de verdad, es el hecho de ver cómo se te derrite un pie, una mano o una pierna entera, sin poder hacer nada para impedir que se te vaya colando por el desagüe de la terraza, para ir a parar al patio diez pisos más abajo.

             Porque, aunque en mi edificio todos seamos de lo más educado y honrado, recuperar lo que es de cada uno de entre el amasijo de miembros amontonados –tras su resolidificación de madrugada– no resulta siempre fácil.

            El otro día sin ir más lejos, llegué la última al reparto y me tuve que llevar el único brazo derecho que quedaba, mucho más largo y peludo que el que uso normalmente. En la oficina me miran mal. A ver si pillo al despistado –o pervertido– que anda por ahí presumiendo de brazo bonito.

 

                                                           

 

            Estoy harta. Ya llevo más de una semana con ese miembro peludo a cuestas y solo me ha traído problemas.

            Mi novio dice que hasta que no recupere mi verdadero brazo no saldrá conmigo, que le da mucho corte.

            En el trabajo, murmuran a mis espaldas y tengo miedo de que me echen por acosadora, y eso que tengo mucho cuidado con sujetarme la mano pilosa en cuanto pasamos, ella y yo, demasiado cerca de Vanesa, la sexy de la oficina.

            Luego llega la noche y ni siquiera puedo dormir en paz ya que –y perdónenme la expresión– tengo que vérmelas con un miembro pajillero a más no poder; tanto es así que termino atándolo a la mesita de noche. Si por mí fuera lo denunciaría, pero me temo que la policía no entienda la gravedad de la situación.

            Así es que ayer puse un anuncio en el periódico de –se busca brazo de mujer, urge– y ya me ha llamado alguien. Me contó que había encontrado una oreja macho en un parque y que al ver mi anuncio pensó que podría interesarme.

            –Siempre será mejor que, a la hora del trueque, pueda usted recurrir al truco del dos por uno: un brazo y una oreja de hombre por una brazo de mujer –me dijo al preguntarle yo, en qué me podía interesar aquella oreja.

            Tal vez tenga razón. Y aquí estoy, con un brazo peludo y una oreja –tal vez sorda– en una cajita junto a mí. Además, no sé lo que me está pasando, noto unas tremendas ganas de ir a por un lienzo y de pintar unos girasoles.                    

Elegantex 

El puzzle

Al principio pensó que era una caca de perro pero cuando se agachó para mirar la suela del zapato ya vio que no. Lo que había entre la hierba era una oreja sanguinolenta. Cuando Curro llegó a su lado, cansado ya de correr por el parque tras las palomas, tuvo que agarrarlo por el collar para que no se abalanzara sobre la oreja y se la comiera.

¿Y qué hago ahora? -pensó indecisa-. La dejo aquí, como si no la hubiera visto o la cojo y se la llevo a la policía. Miró a su alrededor. Una pareja de ancianos dormitaba en un banco situado unos metros más allá y un corredor se acercaba por el sendero de los parterres. Ella le dio la espalda mientras colocaba la correa en el cuello de Curro. Al pasar a su lado le llegó hasta la nariz el olor acre de su sudor. Finalmente optó por llevar la oreja a la policía. Sacó del bolsillo de la cazadora la bolsa de plástico que llevaba para las cacas de Curro y metió dentro la oreja.

Después de dejar a Curro en casa se dirigió a la Comisaría. Una vez allí, al rubicundo policía que se hallaba tras el mostrador de la entrada, no pareció sorprenderle lo más mínimo su macabro descubrimiento y no sólo eso sino que, antes de que ella pudiera decirle donde había encontrado la oreja, él le preguntó si el hallazgo había tenido lugar en el parque de la República. Luego le pidió sus datos y la dirección de su domicilio por si fuera necesaria su declaración.

Cuando la mujer se marchó el policía cogió la bolsa con la oreja y la metió en una caja de cartón.

¡Gómez! -gritó- ¡Lleve esta caja al forense!

Gómez, que caminaba a pequeños saltos que parecían impulsarlo hacia delante, cogió la caja, recorrió un corto tramo hasta el ascensor y descendió hasta el sótano. Una vez allí tomó el pasillo que en penumbra giraba hacia la derecha y después de abrir y cerrar dos puertas llegó a una gran sala iluminada con potentes focos que colgaban del techo. En uno de los laterales, varias cámaras frigoríficas de acero empotradas en la pared. En el otro lateral lo que parecía una enorme bañera, también de acero, con varias mangueras, un lavabo y una mesa metálica con diversos utensilios cortantes colocados encima. En el centro cuatro camillas, una permanecía vacía, dos, con sendos cuerpos tapados con una sábana blanca y la cuarta, con varios trozos desmembrados que habían sido colocados en la posición requerida para conformar la figura de un cuerpo humano. Inclinado sobre esta camilla había un hombre calvo de prominente barriga, vestido con un delantal blanco de plástico que le llegaba hasta las rodillas.

¡Escámez aquí le traigo otro trozo! -le dijo Gómez-

Y ¿qué es esta vez Gómez?

Una oreja -le contestó éste-

¡Perfecto! La pieza que faltaba -exclamó entusiasmado Escámez mientras sacaba la oreja de la bolsa y la colocaba en el lugar adecuado-

Luego Escámez cogió uno por uno los dedos sueltos de cada mano.

Decepcionado los fue depositando en el lugar que les correspondía. Nunca sabrían la identidad de aquel hombre pues le habían seccionado las yemas de los dedos.

A la mañana siguiente Montero Galván, redactor del periódico “El Heraldo vespertino” leía, sentado en una de las mesas de la redacción, el informe que le había enviado el forense Escámez. Montero Galván respiró aliviado. Por fin y después de varias semanas escribiendo crónicas sobre trozos humanos encontrados por propietarios de perros en el parque de la República, redactaría el artículo que pondría fin a aquella secuencia de truculentos hallazgos. Montero Galván giró la silla y se colocó delante del ordenador que había a su espalda. Colocó los dedos sobre las letras del teclado y escribió, en letra cursiva y negrita: El puzzle.

Xeres


Don Giovanni

No recuerdo cómo habían llegado a mis manos aquellas dos invitaciones para la representación de Don Giovanni de Mozart. Lo que sí recuerdo perfectamente, es que era la primera vez que Luis y yo íbamos a asistir a una ópera en directo, sentados en un sitio inmejorable desde el que se dominaba el foso de la orquesta.

            Llegamos puntuales y por sentirnos algo fuera de ambiente, permanecimos en silencio, atentos a hebras de conversaciones que nos llegaban entre carraspeos, salutaciones y risitas.

            –A ver qué tal esta soprano –murmuraba dubitativa mi vecina de butaca a su acompañante, mientras, justo detrás, otro asistente levantaba la voz, lo suficiente para que buena parte de los allí presentes supiéramos que, el año anterior, había tenido la suerte de disfrutar de un Don Giovanni inigualable en la Ópera de Viena y que....

            Pero ya hacían su entrada los músicos. Era una orquesta joven y el color negro de sus trajes revistió su entrada de la solemnidad esperada. Sin embargo, desde nuestro balcón preferencial, unos cuantos detalles iban cambiando esa primera sensación de solemnidad por otras que, como buenos provincianos acomplejados que éramos, achacamos enseguida a que eso no era ni Milán, ni Barcelona.

            –¿Has visto el chico del violín a la derecha? lleva unos playeros... y esta otra, la de la flauta con tanto escote... se le ve el tirante blanco del sujetador.

            –Ya, y menos mal que los playeros son negros. Pero, ¿te has fijado en el pelirrojo? no sé si se está concentrando o se ha dormido, parece que está de resaca.

            Mientras los músicos iban afinando sus instrumentos, nosotros íbamos afilando nuestro escepticismo en cuanto a la calidad de lo que habíamos venido a ver; ya no éramos sólo unos perfectos ignorantes –en cuanto a opera y a muchas otras cosas más– éramos también unos perfectos gilipollas.

            A la derecha del foso nos fijamos en un músico en especial; con cara de despistado parecía haberse equivocado de sitio. Desgarbado, tenía un aspecto de flauta pero, cosa curiosa, lo suyo era la percusión. Durante toda la ópera, estaríamos pendientes de la minuciosidad casi tierna con la que cuidaba del parche de su timbal – llegando a utilizar un atomizador para humidificarlo– para conseguir la nota perfecta.

            La representación empezaba y, al estar tan cerca de la escena, me di cuenta en seguida de que iba a tener serios problemas de cervicales si quería alcanzar a ver la traducción al castellano del texto de la obra, proyectada a unos seis metros del suelo, justo por encima del bando con ondas de la cortina del escenario. Le eché una mirada a Luis quien, al igual que yo, había renunciado a leer pero, cosa curiosa, ninguno de los dos le dimos más importancia. A la señal de la batuta del director de orquesta, habían empezado a sonar las primeras notas y, durante los siguientes ciento cincuenta minutos, creo poder asegurar que fuimos un poco menos gilipollas, un poco mejores personas.

            En el coche de vuelta a casa permanecimos en silencio, un silencio libre de absurdos complejos, un silencio apacible. Cenamos lo primero que encontramos en el frigorífico, poca cosa, como cuando el «qué cenar» no era más que una cuestión secundaria en nuestras vida, y nos fuimos a la cama tarareando los últimos compases de Don Giovanni; tal vez fue gracias a eso que durante unas horas más, seguimos siendo un poco menos gilipollas y mejores amantes.

            Para él me hice timbal, y, para mí, él se hizo músico. Acercó su oído a mis labios para oírme vibrar, me acarició con la palma de su mano para tensar mi piel, me humedeció para afinar todo mi cuerpo, y me acompañó hasta conseguir la nota perfecta sin falta de partitura.