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Taller Literario de Salinas

Las tribulaciones...

Las tribulaciones de una asturiana en China

 

    Hacía muchos años que Encarna trabajaba como conductora de Halsa en China.

    Le había costado mucho convencer a los ejecutivos de la empresa para que la contratasen, pues por aquel entonces las mujeres sólo trabajaban en casa. Por otro lado, las diferencias culturales eran enormes…y además, les parecía sospechoso que siempre viajara con una gran maleta vacía. - Es que he dejado atrás todas las cosas superfluas -, se explicaba, encogiéndose de hombros, - y por si encuentro otras con qué llenarla -, añadía.

      Pese a todo, y tras varios meses a prueba, decidieron contratarla, porque era muy eficiente: Devolvía impolutos los autobuses que conducía, cosa que no ocurría con los hombres conductores; era puntual, lo que los clientes agradecían con reverencias; era cariñosa con los niños, tanto que las madres se despreocupaban si tenían que viajar solos: sabían que Encarna no se los entregaría a nadie hasta que no hubiera comprobado su identidad cuidadosamente.

    También porque era una excelente cocinera: a los viajeros les encantaba el olor de sus bocadillos de tortilla, sus riquísimas empanadas y sus bollos preñaos. A veces, se los cambiaban por un buen bowl de arroz tres delicias, rollitos de primavera o pato lacado estilo Pekín, que a ella le encantaba.

    Pero lo que más les gustaba de Encarna era que cantaba, por lo que ellos creían que eran soleares, mientras conducía. En realidad, Encarna era asturiana, pero nunca consiguió meterles en la mollera que en España había otros folklores aparte del flamenco. Interpretaba canciones de Vicente Díaz, folklore asturiano, nanas asturianas, etc y los pasajeros la acompañaban con palmas, tarareando, y hasta taconeando, al estilo flamenco. En cualquier caso, los trayectos resultaban muy alegres y Encarna vivía feliz en China.

      Sin embargo, de un tiempo a esta parte las cosas empezaron a enturbiarse: De las maletas de los buses que conducía Encarna desaparecían pequeños objetos de valor. Nadie sabía cómo pasaba, pero   indefectiblemente, tras cada viaje, se interponía alguna denuncia. La compañía puso vigilancia desde que las maletas eran colocadas en el bus hasta que llegaban a su destino. Pero aún así los robos continuaban.

    Aunque ella negaba repetidamente tener algo que ver con esos robos, los clientes disminuían. Corría la voz de que sus autobuses estaban embrujados. Y se preguntaban si de alguna manera los objetos desaparecidos no saldrían del bus en su maleta ¿vacía? Aunque se esmeraba por cocinar cada vez mejor y cambiaba su repertorio coral, ya nadie quería sus tortillas, ni sus empanadas, no cantaban y los viajes empezaron a ser tristes y monótonos, como en los demás autobuses.

    Un buen día, uno de los pocos viajeros que aún confiaban en ella, se levantó alarmado. Estaba lívido. Decía que oía voces lejanas de SOS que provenían del “más allá”. Al principio pensaron que había perdido la cabeza, pero ante su insistencia, Encarna detuvo el autobús. Entonces  se oyeron claramente voces y golpes, pero no del más allá sino del maletero.

    Los viajeros corrieron despavoridos, ante lo que pensaron que era el mismo diablo. Pero Encarna, valientemente, abrió el maletero y constató con gran sorpresa que las voces procedían de su vieja maleta. Cuando la abrió, un diminuto hombrecillo, más flaco que una espina,  congestionado y casi al borde de la asfixia, salió tambaleándose. Estaba cubierto de arroz y flores destrozadas.

      Poco a poco los viajeros fueron aproximándose de nuevo para escuchar su historia:

     Mientras Encarna se preparaba para el viaje él, astutamente, se colaba en su maleta, pues se había percatado de que la dejaba siempre sola en el almacén. Una vez en el maletero del autobús, esperaba a que este arrancase y abría tranquilamente los equipajes para coger lo que le gustaba. Luego se volvía a la maleta vacía y, como era tan pequeño y delgado, Encarna ni siquiera lo notaba. A decir verdad, sí que notaba que pesaba algo más, dijo ella, pero lo atribuía al cansancio del viaje.

     Resultó que aquel día, ante las maliciosas insinuaciones y sin saber muy bien porqué, Encarna había cerrado la maleta con llave, cosa que nunca había hecho antes, lo cual había impedido al hombrecillo salir y casi le lleva al otro mundo.

     Ro-Bon-Tot, que así se llamaba, explicó entre lágrimas que no tenía otra forma de ganarse la vida, pues, como era tan pequeño y delgado, todos se reían de él y nadie quería darle trabajo. ¿Y el arroz y las flores?, preguntó un viajero. - Robo arroz para vivir y flores para tener porqué vivir -, explicó. La cita confuciana conmovió todavía más, si cabe, a la audiencia, ya visiblemente emocionada.

    A partir de aquel día su vida cambió.

    Encarna que, además de todo lo dicho anteriormente, también tenía un gran corazón, consiguió que la compañía le contratara como ayudante-azafato-chico-para-todo. Para convencerles ofreció parte de su sueldo, pero también utilizó argumentos de indiscutible interés para la compañía: no solamente se quitarían de en medio el problema de los robos, sino que  crecería su buena fama por ayudar a una persona tan desfavorecida, y además les demostró que era un trabajador eficiente y muy servicial.

    Efectivamente, la noticia corrió como el viento, la clientela aumentó tanto que tuvieron que aumentar la flota de autobuses. Encarna no perdió nada porque inauguraron una Escuela de Conductores que le pidieron que dirigiera. Y Ro-Bon-Tot se ganó el respeto y cuidado de todos los viajeros.

 

Xana

(Aunque no sea sobre su casa; su casa, su maleta...)

3 comentarios

Anónimo -

Soy la Vox, Bicha, Bisha...y ahora Xana (como me bautizó la profe, je,je)

Sandex -

Muy bonito el cuento, aunque yo lleguè a pensar que siendo "asturiana", lo que se había metido en su maleta era un "Trasgu". Otra cosa ¿Quien eres Xana?

elegantex -

Si decido ir a China no sé aún si viajar sentada en el autobus de Encarna o en su maleta junto a Ro-Bon-Tot... se me clavo el hombrecillo-espinilla en el corazon..ye,ye...