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Taller Literario de Salinas

A traves del cristal

        Tan solo tenía veinte años, ante él todo un mundo que descubrir y aquella ventana del noveno piso, que se convirtió en otra de las ventanas abiertas a la esponja de su vida que estaba empezando a empaparse.

      Carlos era un muchacho normal, quizás algo retraído para su edad, pero con un ansia de ver, entender, aprender…, y su habitación era uno de esos sitios en donde gracias al ordenador, la ventana a la vida se le abría de par en par. La otra ventana, la de su habitación que daba a la calle, nunca había sido para él otra cosa que aquél azote de luz que le despertaba cuando su madre le levantaba la persiana los domingos poco antes de la hora de comer.

      Había empezado hacía dos años a la facultad y aunque había algunas chicas de su entorno que le atraían, hasta el momento, no había tenido ninguna relación sentimental con ninguna. Solía salir con sus compañeros de equipo los sábados a la discoteca cuando no tenían partido los domingos, o los domingos de tarde a ver alguna película. Luego, el resto de la semana, a parte del tiempo dedicado a los estudios, era el chateo en el ordenador, lo que ocupaba casi todo su tiempo, el bajarse música o algunas películas y por supuesto ver en la tele partidos de la NBA. Aquella tarde, estaba oscureciendo ya, cuando fue a bajar la persiana de su dormitorio.

      El edificio en el que vivía, daba a una gran avenida con un boulevard de frondosos árboles y una ancha acera con bancos, que separaba las dos calzadas que en cada sentido discurrían entre las hileras de edificios. Nunca había prestado más atención al panorama que se veía desde su ventana, que el de comprobar si la sirena que sonaba era de una ambulancia o de los bomberos y eso de manera ocasional, pero aquél día, sin saber porqué, se fijó en una ventana del edificio de enfrente que estaba iluminada y todavía con la persiana levantada. Le pareció que era un dormitorio, se fijó algo más para cerciorarse, cuando de repente apareció una mujer que cruzó por delante de la ventana, parecía llevar una camiseta hasta los muslos y las piernas desnudas, volvió a cruzar en sentido inverso y desapareció con la misma rapidez, seguramente por una puerta al fondo de la estancia. Carlos quedo fijo mirando a través del cristal de su ventana, parecía como si acabase de darse cuenta de que, no solo frente a él, sino a su alrededor, viviesen más personas.

      Volvió al ordenador, aunque no bajó la persiana, comprobó cuanto faltaba para acabar de descargar aquella película y volvió de nuevo hacia su ventana dirigiendo de nuevo la vista hacia el piso del otro lado de la calle que tenía la luz encendida y la persiana abierta. De repente sintió curiosidad por enterarse de más cosas de las que sucedían a su alrededor y de forma instintiva apagó la luz para no delatar su presencia, entonces recordó los prismáticos, ¿Dónde los tendría? Se subió a una silla y buscó en el altillo de su armario, junto a la mochila y la ropa de montaña. No se acordaba cuando había usado aquellos prismáticos por última vez, quizás hacía dos años cuando habían ido a ver y escuchar la berrea. Cuando volvió a la ventana, tuvo que ajustarlos a la visión, pero lo hizo ya enfocando aquella habitación. Cuando los pudo enfocar, la impresión que recibió recorrió todo su cuerpo. Efectivamente al fondo de la estancia, que era un dormitorio, había una puerta que daba seguramente a un baño, ya que en aquel preciso instante, la puerta se abrió y saliendo de una nube de vapor apareció aquella mujer desnuda, con la cabeza ladeada hacia un lado y secándose el pelo.

       A parte de en revistas o el cine, Carlos nunca había visto a una mujer totalmente desnuda, si había visto muchas en toples en la playa o la piscina, pero aquella visión y el marco que la envolvía cuando apareció entre el vapor, lo dejó fuera de sí.

       Era una mujer que le pareció hermosa y muy bien proporcionada. Mientras la contemplaba, su imaginación empezó a volar ¿Cuántos años tendría?, desde luego era bastante mayor que él. A juzgar por sus pechos no era una adolescente, pero tampoco parecía que hubiesen amamantado a nadie ya que tenían una firmeza que los hacía resaltar, además sus pezones, tal vez por efecto del baño, estaban tersos en medio de aquella redonda aureola. Tenía el pelo castaño, si bien al estar mojado no era fácil saberlo, podría tener unas mechas claras. Sus caderas muy marcadas y su vientre firme, le hicieron pensar que podría oscilar entre los treinta y muchos o los cuarenta y pocos años.

       De pronto salió de su campo de visión metiéndose de nuevo en el baño, pero la espera fue corta, solo había ido a dejar la toalla y ahora salía con un bote de crema, del que cogió un poco, luego frente a un enorme espejo que llegaba hasta el suelo, justo al lado de la puerta del baño, comenzó a extenderse la crema. Se fijó entonces en sus muslos bien torneados, sus suaves rodillas que daban paso a unas bonitas pantorrillas y unos bellos pies, uno de los cuales descansaba sobre un pequeño taburete, para estar más cómoda al darse la crema por la pierna.

       Sentía una enorme agitación, había paseado el objetivo de sus prismáticos por casi todo su cuerpo, pero parecía que le costaba dirigirlo hacia su sexo, aunque casi desde un primer momento ese parecía ser su único fin. Ella no parecía colaborar mucho a sus pretensiones, ajena a su observador y concentrada en extender con suavidad la crema.

      Carlos la contemplaba, le pareció que más que extender la crema, se estaba acariciando con deleite, él no tenía ninguna experiencia en acariciar a ninguna chica y por supuesto, salvo ver a alguna darse la crema solar, nunca había tenido la oportunidad de contemplar lo que ahora estaba viendo. Ella, volvió a coger otro poco de crema y ahora, de pié frente al espejo, con las piernas ligeramente separadas, tras frotarse ambas manos, deslizó una alrededor se sus pechos, mientras deslizaba la otra hacia abajo por su vientre. Carlos siguió aquella mano y se adelantó a ella enfocando hacia su pubis. Su monte de Venus era suave y tenía un curioso depilado, que parecía formar una liviana punta de flecha con su vello muy cortado y apuntando hacia los labios de su sexo. No pudo por menos de recordar algunas revistas que le habían enseñado y en las que le había llamado la atención precisamente el depilado que exhibían las mujeres que allí posaban y ahora él estaba contemplando lo mismo pero en la realidad.

     ¿Eran así las mujeres? ¿Les gustaba contemplarse, acariciarse? ¿Harían lo mismo las chicas de su edad, sus compañeras de facultad, lo haría Claudia?

      Seguía con el objetivo de sus prismáticos fijo en la punta de flecha, cuando irrumpió en el campo visual la mano de la mujer, Carlos se asusto y se separó de los prismáticos, luego los enfocó de nuevo, esta vez hacia su cara. Era muy bonita, el pelo era realmente castaño claro con alguna beta casi rubia, su frente despejada apenas tenía otras arrugas que las propias de la expresión, sus ojos casi cerrados, descansaban apoyándose en unos suaves pómulos, su nariz algo respingona abría con ansiedad sus aletas mientras una leve mueca contraía sus labios carnoso, a la vez que sus dientes superiores presionaban ligeramente el labio inferior y un rictus de placer parecía hacer resplandecer todo su rostro, mientras un leve temblor hacía que se moviese ligeramente su redondeada barbilla.

       De nuevo deslizó los prismáticos recorriendo hacia abajo todo su cuerpo, su mano izquierda, presionaba su pezón derecho y su otra mano, con la palma apoyada sobre la flecha en su pubis, acariciaba con una enérgica delicadeza de sus dedos, un lugar que sin duda era de placer, entre los labios de su sexo.

       Nunca hubiese podido imaginar, que a través del cristal de su ventana, pudiese conocer unos secretos tan íntimos, delicados y maravillosos, que empapaban una parte de la esponja casi seca de su despertar a la vida, esa vida que suele ser del color del cristal con que se la mira. Pero sin duda todo aquello que contemplaba le venía dado a través de un cristal nítido e incoloro que le permitía ver y conocer de una manera natural la percepción de las sensaciones íntimas de su sexo opuesto, tan delicadas y desconocidas hasta el momento para él.

      Separó los prismáticos y se quedó pensativo. Seguía mirando sin ver aquella ventana de enfrente y tuvo la sensación de que ella se estaba vistiendo. No se sentía excitado ni mal a gusto, sino todo lo contrario, se sentía relajado y agradecido, sin tener la sensación de haber violado la intimidad de aquella hermosa mujer, sino más bien al contrario, sentía que había compartido con ella un secreto que seguramente a muchos hombres les está vedado compartir y todo ello a través del cristal de su ventana.

                                                                     Sandex, 20 de Diciembre de 2010

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