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Taller Literario de Salinas

"A quien madruga, a veces Dios no le ayuda"

La mujer que caminaba por la acera taconeó con impaciencia cuando vio entrar a dos personas en la carnicería hacia donde ella se dirigía.

             Bueno, toca esperar. Tampoco tengo tanta prisa. ¡Qué rabia me da! Es igual que madrugues que no. ¡Siempre hay alguien que llega antes que tú! –pensó mientras aceleraba el paso- 

            El rótulo “Carnicería Manolo” apenas se distinguía a esa hora de la mañana por la oscuridad de la noche que aún no se había ido. La mujer traspasó el umbral de la puerta y las aletas de su nariz se dilataron por el efecto que produjo en sus fosas nasales el olor a sangre que impregnaba el ambiente. Sin embargo le pareció que todo estaba como siempre. Las paredes con azulejos que llegaban hasta el techo, la luz de neón que magnificaba los objetos de la estancia, el almanaque del año 2010 con la foto de una gata con sus gatitos echados en una cesta de mimbre, las dos sillas de plástico pegadas a la pared, el paragüero, el reloj colgado de la pared que marcaba las 8.30 horas, el mostrador de cristal con los trozos de carne y el tocón de madera donde Manolo cortaba el material.

            Si –se dijo- todo estaba como siempre. Pero…  había algo que no le cuadraba. Quizá… ¿Aquel olor a sangre que parecía flotar en el ambiente?

            De repente se dio cuenta de un detalle. ¿Dónde estaban las personas que habían entrado antes que ella? –se preguntó-

            Buscó una puerta por donde pudieran haber salido. Sólo vio la entrada de acceso al local y la abertura de la cámara frigorífica en este momento sellada por una placa de acero. Estaba claro que por la puerta de entrada no habían salido, pues ella se los hubiera cruzado y desde luego, no le entraba en la cabeza que estuvieran en la cámara frigorífica.

            En ese momento, Manolo el carnicero se dirigió a ella:

            ¿Qué desea hoy? ¿Ponemos el lomo de los jueves? Hoy si que tenemos una pieza del que a usted le gusta. Nos llegó ayer por la mañana y mire… ¡mire que presencia tiene! ¿A qué no vio muchos así? ¿Eh?

            ¡Sí! ¡Sí!, ponme un trozo –contestó la mujer mientras miraba como Manolo cogía un trozo de lomo del mostrador de cristal-

            A continuación sintió un ruido a su derecha. Giró la cabeza en esa dirección y vio salir de la cámara frigorífica a Anselmo, el ayudante de Manolo. Este, que llevaba en su mano un machete, tenía el delantal totalmente cubierto de sangre y en su cara y en su pelo había salpicaduras de sangre. Durante el instante que la puerta permaneció abierta y al fondo de la cámara frigorífica la mujer alcanzó a distinguir, colgadas de unos ganchos, dos masas de carne que chorreaban sangre. Volvió a mirar a Manolo el carnicero y entonces observó que también él, tenía salpicadura de sangre en la cara y en el pelo. Y también pudo advertir el gesto de asentimiento que Manolo le hacía a su ayudante. Lo que ya no pudo ver fue lo que sucedió a continuación pues Anselmo, situado a su espalda y machete en mano, descargó un golpe en su cabeza que se la partió en dos y el cuerpo de la mujer cayó al suelo.

            Desde luego Anselmo, tengo que felicitarte ¡Vaya idea la tuya! Ahora todo son ganancias –le comentó Manolo a su ayudante con una sonrisa en la cara- ¡Nada de proveedores! ¡Nada de intermediarios! ¡Bien! ¡Muy bien! La mercancía entrando directamente por la puerta ¡Un genio! Eso es lo que eres ¡Un genio!

            ¡Si ya te lo decía yo Manolo! ¡Si es que la gente ahora no sabe lo que come! Con las porquerías que les dan a los animales para engordar ya no hay diferencias en el sabor. Tú les dices que es ternera… ¡Pues se tragan que es ternera! Les dices que cordero… ¡Pues cordero! –le contesta Anselmo mientras corta en filetes el hígado de la mujer-

            Esta era una clienta que nos hacía gasto y lo siento por ella pero… cuando ¡toca, toca! -dice Manolo el carnicero al tiempo que trocea en pedazos de carne para guisar una de las piernas-

            Bueno, ya sabes Manolo, cuestión de horario. Al que pase por la puerta entre las ocho y las nueve… ¡Zas! ¡Zas! -asiente Anselmo desde la cámara frigorífica mientras cuelga el tronco de la mujer de un gancho-

            El reloj de la pared marca las 9.05 horas. Manolo, que ya se cambió de delantal, da los buenos días con una sonrisa a una clienta que entra en ese  momento.

           

Xeres

4 comentarios

Anónimo -

Al comentario anterior, si no te gusta, cambiate

ya se quien soy pero no me gusta -

Brutal...................mente bueno.Desde luego los clientes no se podrán quejar de la frescura de la mercancía.

Bordex -

Yo tambien tengo claro, que jamás, jamas ire a la carniceria después de las siete. Muy bueno y macabro

elegantex -

ya lo tengo muy, pero que muy claro... a partir de hoy me hago vegetariana... y como siempre ante un trabajo tuyo ¡chapeau!