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Taller Literario de Salinas

Sensaciones y evocaciones

Cerré los ojos y mientras lo acariciaba con mi mano, sentí que la superficie de aquel objeto bajo mis dedos resultaba fría, dura y lisa, sin grietas ni ondulaciones. Incluso la parte que conservaba aún el grabado de un antiguo dibujo japonés era ya imperceptible al tacto, de tan pulida por el persistente y continuado roce de mi mano. Seguí tocándolo con los dedos y luego con la palma de mi mano y pensé que era sugerente y evocadora de tiempos pasados esta manía mía de acariciar aquel objeto. Lleva conmigo más de veinte años y ha ocupado en una esquina, pero siempre al alcance de mi mano, las sucesivas mesas de escritorio que tuve.

                Forma parte de mi vida. O quizá, pienso,  sería más correcto decir que ha sido partícipe de ciertas sensaciones que he experimentado porque a lo largo de todo este tiempo, en determinados momentos, mi mano necesitaba el contacto de su fría materia. Así, solía apoyarse lánguida y relajada en su superficie y mis dedos lo frotaban suavemente cuando el libro objeto de estudio era de mi agrado, pero la misma mano se crispaba nerviosa y los dedos, antes dulces y suaves, lo golpeaban con un tamborileo desasosegante si me aburría. Otras veces, cuando la mente se me perdía en ensoñaciones, mi mano era envolvente y acariciadora, como mis sueños.  Si en un momento dado, ante la proximidad de un examen, me asaltaban las dudas y no encontraba la respuesta a éstas, mis dedos frotaban con fuerza una de sus caras, pretendiendo quizá modelar como si fuera arcilla aquel duro material y si los nervios me atacaban, eran mis uñas las que rascaban aquel pequeño trozo de mármol blanco, en el vano intento de tallar en su satinada lisura pequeñas nervaduras.

                Pensativa sopesaba en la palma de mi mano aquel frío prisma rectangular, para luego recorrer con mis dedos las aristas de los lados. No sin añoranza, evoqué los sucesivos y diferentes entornos domésticos que rodearon a aquel paralelepípedo de color blanco desde que comenzara a ocupar aquella esquina de mi mesa de escritorio. Mirando a mi alrededor comprobé que, excepto los libros, nada de lo que me rodeaba tenía su misma antigüedad pues, bien por caer en desuso, o a consecuencia del inevitable deterioro del tiempo o por hartazgo, había sido sustituido.        

                Mientras recordaba con agrado su procedencia, ya que había sido el regalo de una buena amistad, llegué a la conclusión no sin cierta perplejidad, de que en realidad, en muy contadas ocasiones, aquel objeto había desempeñado la función para la que había sido diseñado: pisapapeles.   

 

 

Xeres

 

1 comentario

Bordex. -

A pesar de tus ocupaciones, aun te queda capacidad para hacer buenos relatos.