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Taller Literario de Salinas

El baile de las ánimas

Cae la tarde, un cielo granate y ocre, quizá preludio de lluvia, oscurece mi habitación. Miro por la ventana y a la derecha, en la lejanía, veo el apéndice rocoso de la Peñona rodeado por  el mar, hoy tranquilo y apático. A la izquierda, más cerca y en lo alto de la colina, la torre de la iglesia de San Martín. Detrás y aunque no se ve, el pequeño cementerio donde están enterrados todos mis antepasados y con los que dentro de no mucho tiempo espero compartir morada.

                Hace un año que retorné a mi pueblo después de una larga y fructífera vida  y como famosa reportera y cronista de todo aquello que me ha tocado vivir recibo todas las semanas varias peticiones de entrevistas. Procuro en la medida que mi salud me lo permite atenderlas todas, pues considero que por un lado mantienen mi mente despierta y por otro puedo ejercer el maravilloso don de la palabra.

                Recuerdo con especial interés a un joven periodista de un diario local que se presentó en mi casa hace quince días. Al principio pareció ceñirse a un texto previamente marcado pero a medida que yo contestaba a sus preguntas saliéndome de esas pautas pareció liberarse de ataduras y fue más espontáneo y desinhibido en sus preguntas.  En un momento dado quiso saber cuál había sido el momento de mi aventurera  vida en el que yo había pasado más miedo. Me acerqué  a la ventana y señalándole el campanario de la Iglesia de San Martín le dije:

                “Mire joven, ¿ve usted ese campanario?, pues detrás, en una solitaria pradería, azotado por el nordeste y escuchando el faro de San Juan en los días de niebla hay un pequeño cementerio. Hace muchos años, una tarde de verano cuando yo tenía once, doce o quizá trece años, no recuerdo exactamente pues a veces la memoria empieza a fallarme…, pero no se crea joven, sólo en los pequeños detalles. Como le iba diciendo, decidimos subir una ociosa tarde de finales de agosto hasta el cementerio. No era la primera vez que lo hacíamos, nos gustaba merodear entre las tumbas, mirar los nombres de las lápidas, las fechas de su nacimiento y de su muerte y cuando veíamos que habían muerto jóvenes nos producía un sentimiento de tristeza. Nos deteníamos especialmente en aquellas devoradas ya por la maleza,  porque sabíamos que a los que estaban allí enterrados ya nadie los recordaba. En las tumbas sólo cubiertas por un pequeño túmulo de tierra y rodeadas por una hilera de piedras sentíamos pena porque pensábamos que de tan pobres ni para una lápida tenían. Y luego estaban las diminutas sepulturas de los niños,  separadas del resto y rodeadas por una pequeña verja de hierro pintada de negro, las más antiguas con carcomidas flores de plástico y las más recientes cubiertas de flores frescas. Dejábamos siempre para el último momento las sepulturas que tenían las lápidas rotas porque sabíamos que en alguna se veían los pelados huesos de los que un día fueron allí enterrados.

                Aquella tarde, entre juegos y risas pasó el tiempo y cuando llegamos al cementerio ya anochecía. Como la cancela de  hierro estaba cerrada saltamos la tapia que lo rodeaba por una zona donde el muro estaba semiderruido. No habíamos avanzado ni dos pasos cuando a una distancia de unos dos metros de donde nos hallábamos vimos unas extrañas fosforescencias que flotaban en el aire. Y pudimos comprobar aterrorizados que no sólo flotaban sino que se balanceaban como mecidas por el viento, que unas eran mayores que otras y que las formas y los contornos de estas luminiscencias eran cambiantes y diversas.

                Creo que a lo largo de toda mi vida nunca tuve la sensación de haber corrido tanto. Mis pies eran alados, pues apenas tocaban el suelo sino para coger el impulso necesario para que mi cuerpo se desplazara. Cuando por fin despavoridos nos alejamos del cementerio y bajamos la cuesta de San Martín, todavía aquel miedo oscuro y terrorífico recorría mi espina dorsal y mi mente permanecía embotada por la visión de aquel suceso, pues para mi en aquel momento era algo inexplicable y pertenecía al mundo de lo sobrenatural haber sido testigo de lo que decían era el baile de las almas de los muertos.

                Esto que le acabo de contar es el momento de mi vida en el que he pasado más miedo, yo, que he conocido el horror y el espanto más absolutos. Ni las bombas cayendo en los edificios al lado de donde yo me hallaba, ni las balas silbando a mí alrededor, ni soldados locos y borrachos de sangre armados hasta los dientes, ni masas enfurecidas sedientas de venganza  hicieron que volviera a experimentar una sensación de terror semejante a la que le acabo de narrar.

                Hoy se, que aquello que vimos aquel anochecer en el cementero no eran sino fuegos fatuos y que todo tiene una explicación científica y racional. No soy una persona creyente, no concedo ningún valor ni credibilidad a los fenómenos de tipo paranormal o de carácter pretendidamente sobrenatural pero aunque me avergüenza decirlo nunca en mi vida pude volver a un cementerio al anochecer. “

                Como me pareciera ver en los ojos de aquel joven cierta risa irónica ante mis últimas palabras, lo invité a que una tarde cualquiera cuando comenzara a anochecer se acercara a un cementerio. En ese momento bajó la vista y no hizo ningún comentario sobre mi invitación. Hoy he recibido en mi correo este escueto mensaje: “Yo tampoco puedo ir a un cementerio cuando anochece. Tengo miedo”

 

 

Xeres

 

4 comentarios

y sigo sin querer queriendo -

Muy bueno.buena descripcion.¿quedamos alli el miercoles? Es un sitio precioso.Y seguro que nos inspira algun nuevo relato.

Bulldox -

¿que son los fuegos fatuos?, me lo explicas el miercoles en el cortijo. Bordex tambien los vio, me interesa. tengo una duda situacional: ¿desde donde contemplas el panorama? a menos que estes en altamar, no uedes tener la peñona a la derecha y la iglesia a la izquierda... es una mania mia, perdona esta. A mi gusto

elegantex -

Extraña sensación la poder seguir a tu personaje por todo el cementerio( la maleza, las flores, las lápidas... )...y eso gracias a la precisión de tus descripciones.

bordex -

Yo vi los fuegos fatuos y corrí tanto como la protagonista. Me gusta mucho, por diversas razones