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Taller Literario de Salinas

Con su permiso, Sr Monterroso (texto rectificado )

 

 

 (Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.   Augusto Monterroso 1921-2003)

No pasaba nada o eso querían que yo creyese. Sin embargo, todo en su comportamiento me estaba inquietando. Al igual que  existe en el mundo animal rituales para diferentes momentos de la vida, los que me rodeaban ejecutaban, instintivamente también, un extraño baile presagio de una inminente desgracia que me resistía a querer admitir; pero, lo que llegaba a mis ojos y oídos no eran armónicos cantos de grullas, ni destellos de luciérnagas…  sólo se trataba de murmullos pegajosos en labios resecos, y de singulares maneras de desplazarse junto a mi cama… más que andar, mis amigos, familiares y sirvientes se deslizaban a mi alrededor lanzando miradas furtivas. Al cabo de unos días tuve que rendirme ante la evidencia: esa inoportuna presencia invisible que todos parecían querer esquivar no podía ser otra que la muerte, mi muerte. Sin embargo, nadie quiso contestar a la gran pregunta, la única ya que me quedaba por hacer en este mundo:

--¿De cuántas horas dispongo aún?

Abrieron los ojos y los brazos de par en par como espantapájaros,  para poder simular mejor su estupefacción frente a tal disparate.

--¿Pero que dices? ¿cómo se te ocurre decir tal insensatez?

Así es que busqué una manera más sutil de saber la verdad y la encontré.

Fingí sentirme mejor y pedí que me trajeran lo necesario para poder escribir desde  la cama. Todos se alegraron al verme tan animoso. Con gran esfuerzo y el apoyo de un atril empecé a escribir. Mi pulso no era firme pero sí mi intención de salir de dudas.

Al cabo de unos cinco minutos llamé a todos los que estaban en casa para leerles el que sería mi último trabajo. Acudieron  maravillados por la rapidez con la que había llevado a cabo esa nueva creación, y me pareció ver en los ojos de mi supuesto gran amigo y editor, asi como en los de algunos de mis herederos, ciertos destellos de codicia.

Todos se sentaron a escuchar, y después de aclararme la voz con un ligero carraspeo empecé a leer:

“Cuando se durmió, el elefante ya no estaba allí”.

                                                       Arturo De la Vega a 21 de diciembre  1921*

 

Después de unos segundos que se me hicieron eternos, vi como algunos de los allí presentes empezaban a aplaudir; otros, con la voz entrecortada por la emoción me daban  la enhorabuena, y los más cercanos a mi cama  se acercaban por turno para abrazarme.

Deje que todo aquel barullo terminará y cuando por fin pude hablar exclamé:

--¡Gracias hijas, amigos y fieles sirvientes por haberme sacado de dudas!... ahora sé que no me queda tiempo. Es hora de que nos despidamos.

Todos quedaron muy sorprendidos.

--¿Pero  a qué viene todo esto ahora? me preguntó una de mis hijas.

--Muy fácil, contesté yo, ya de muy mal humor, sólo a un escritor moribundo se le puede aplaudir por algo tan sinsentido, por lo primero que se le viene a la cabeza.

--Si me lo permite Señor, está usted en un error… escriba lo que escriba siempre le aplauden y le aplaudirán… ya lo tendría que saber.

La que acaba de hablar era una joven empleada  con las que había tenido mis más y mis menos; algo descarada, era la única que, en algunas ocasiones, había sabido plantarme cara, pero nunca me había resignado en seguir los consejos de mis hijas y echarla.

--¿Cómo te atreves? rugió entonces mi hija mayor, faltarle al respecto a mi padre en su lecho de muerte.

¡Por fin!...ya sabía lo que quería saber: la palabra “muerte” había sido pronunciada y por mi propia hija.

Pero ahora eso era lo de menos… lo que de repente ponía en duda, no era la cercanía de la hora de mi muerte (eso había quedado bien claro) pero sí, la valía de la obra de toda mi vida… ¿pasaría a la posteridad porque merecía la pena ser leída, o simplemente por  dos o tres escritos de cuando la celebridad no me había hecho aún tan engreído ni merecedor de un público que, hiciera lo que hiciera, aplaudía y me alababa?

Rogué a todos que me dejaran a solas. Luego, llamé a mi notario para modificar las cláusulas de mi testamento en el apartado “ legado literario”. 

Y así quedó redactado:

A mi muerte,  quiero bajar de los altares donde engañado me subieron, y para eso exijo que todos mis libros sean  retirados de  librerías y bibliotecas para luego ser quemados y en ningún caso reeditados …a  excepción  de mi último relato “El Elefante”, que dejo a mi buena amiga “la descarada”; permitiéndome abrir los ojos sobre la triste realidad de este mundo de hipocresía que me rodea, feliz, lo abandono … un regalo bien miserable para un favor tan grande  ya que me es imposible imaginar que de mi legado pueda sacar provecho alguno.

                              Firmado: Arturo de la Vega a 21 de diciembre de 1921 y en plena posesión de sus facultades.

 

 

Ochenta y ocho años más tarde  un profesor de literatura entra en un aula de  alumnos de segundo de bachiller.

--Abrir vuestros libros a la pagina 100. Hoy veremos  el relato más increíble jamás escrito que marcaría un antes y un después en el mundo literario. Se titula “El Elefante” de Arturo de la Vega… y el profesor empezó a leer.

 

* 21 de diciembre de 1921: nace Monterroso                                               Dominique

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