CHARLAS
CHARLAS
Los días finales de agosto tienen el sabor gris de una tarde de domingo. En las mesas de la terraza algunos continúan con sus charlas de vacaciones, mientras en otras los silencios son casi eternos. En un grupo el camarero escancia sidra y una muchacha boliviana entusiasmada, le pide permiso para hacerle una fotografía. Es para mi madre, explica con esa suavidad melosa tan propia de los sudamericanos. No entiende que las pequeñas chispas doradas y el rumor del líquido al chocar contra el borde del vaso son esenciales para participar y comprender el rito.
Nosotros debemos ser en cierto modo especiales. Hablamos de escritos encerrados en los ordenadores, de frases que sirvan de inspiración, de alguna corrección necesaria, de pequeñas críticas que no llegan a serlo. En un momento alguien dice: Las reuniones estivales del Cortijo me resultan un tanto peculiares y otro, no sé quien, añade: Debemos leer los relatos. Tiene razón. La lectura le da algo especial, vida, humanidad… Vuelvo a escuchar con una voz lejana, lenta, grave y dulce el comienzo de una vieja película: “Yo tenía una granja en África”…
La noche empieza a caer. La luz no es tan intensa como en julio y la fuerza y la alegría de las charlas tampoco. Un aire melancólico parece flotar sobre algunas mesas como el anuncio de un verano que se va.
2 comentarios
Anónimo -
Elegantex -
Pero ya sabes, es sólo una "pequeña critica que no llega a serlo" ...