A. MACHADO
A. MACHADO
De la casa de la calle de Aribau no me llevaba nada…Sólo el pequeño maletín donde guardaba, aparte de algunos elementos necesarios, mi título, una pulsera de oro, recuerdo de mi madre, y algún libro. Salí del portal y caminé por la acera sin mirar atrás. Los años vividos, el trabajo, las alegrías y la tristeza quedaban encerrados entre sus muros. Los amigos, los amores, el odio o el deseo de revancha, también. En mi mente y en mi alma reinaba el vacío. Sólo una ligera angustia hacia lo desconocido, teñida de esperanza, suavizaba esta sensación.
Al caminar, contemplé el parque donde había pasado muchas horas sentada, contemplando a los niños y a los viejos, contemplando el paso de la vida. En el buen tiempo, solía sentarme bajo un árbol recio y fuerte, lleno de hojas de un color verde oscuro que en el otoño se convertían en rojizas primero y doradas después. Sus cambios anunciaban las épocas del año y su fuerza era una invitación a la esperanza. Entonces vinieron a mi mente unos versos:
…Antes que el río hasta la mar te empuje...
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida
mi corazón espera
también hacia el amor y hacia la vida
otro milagro de la primavera.
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Tarama -
Anónimo -