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Taller Literario de Salinas

AQUEL LUGAR A MEDIA MONTAÑA

 

No era la primera vez que pasaba por aquel lugar, de hecho, lo había visitado varias veces, en los días en que mis salidas a la montaña eran más frecuentes.

Era una suave ladera a media altura, antes de llegar a aquella cumbre a la que me gustaba subir, desde la cual y pese a no ser de una excesiva altura, podía contemplar un paisaje esplendoroso que abarcaba desde la costa, hasta las más altas cumbre cubiertas por neveros.

Llegado a aquel recodo del camino, solía dejar este para ascender a través de las praderías, hasta alcanzar aquel rellano en el que siempre hacía una parada. Ascendía por los pastizales, separados unas veces por setos, otras por empalizadas o por viejos muros de piedra cubiertos de musgos. Era una zona abierta en la que aún no había hecho presencia la repoblación que se imponía en parte baja del valle y hacia la costa. Solo algún solitario castaño o algún fresno, daban en verano su sombra al ganado.

Me gustaba subir lentamente aquella loma, recreándome, para enseguida empezar a descubrir: primero el humo de la cocina encendida desde casi la madrugada, los tejados, primero el del hórreo y luego el de la casona de piedra con la cuadra adosada y por último, casi llegando al alto, en un lugar soleado y en el que siempre corría la brisa, aquel tendal en el que sábanas blancas, mudas y camisas, ondeaban al viento cual pendones engalanando un importante acontecimiento, o como las banderas de oración nepalíes que parecen saludar al caminante. Tal parecía siempre aquella colada que daba la bienvenida a cualquiera que se acercase a la casería.

En aquella ocasión me extrañó no ver el humo, no era habitual a aquella hora, pronto divisé los tejados y casi aceleré el paso para llegar a ver el tendal.

Un extraño sentimiento me recorrió todo el cuerpo y una vez más, el recuerdo de las banderas de oración nepalíes volvió a mi mente. En el tendal, a primera vista, seguía habiendo la ropa blanca tendida, pero algo extraño llamaba mi atención. En primer lugar, una de las cuerdas se había partido y la ropa esparcida sobre la hierba semejaba corras de champiñones nacidos al azar aquí y allá. En la otra cuerda, había un par de sábanas con algún que otro girón, así como dos camisetas y una camisa, que si bien seguían siendo blancas, no tenían ni el color ni la prestancia del algodón o el lino recién lavados. Entonces pude comprender, porqué se me había venido a la imaginación, el recuerdo de las banderas nepalíes, que aún desgajadas  y descoloridas, continúan ondeando al viento y elevando sus plegarias por los que en otro tiempo han estado entre los vivos.

Ya en la casa, pude comprobar que efectivamente así era. Todo estaba cerrado, silencioso, quieto, vacío. Solo aquella ajada ropa blanca, seguía incesante ondeando por la brisa, mientras seguía saludando al visitante, a la vez que parecía elevar una oración por los que habían vivido en aquel tranquilo, bello y soleado paisaje, de los pastos de la montaña asturiana

                                                                                   Sandex, 2 de febrero de 2010

 

 

 

1 comentario

Xeres -

La ropa del tendal hecha jirones y tirada por el suelo refleja la tristeza y desolación de las caserías abandonadas.