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Taller Literario de Salinas

Cuando los cerezos florezcan

La mujer descendió lentamente los escalones del porche de entrada a la casa. Vestía una desgastada bata de menudas flores amarrada por un cinturón a la gruesa cintura y en sus pies calzaba unas raídas zapatillas de cuadros. En la cabeza, un pañuelo negro del que se escapaban mechones grises.  Su cuerpo, pesado y lento, se inclinaba hacia un lado por el peso del canasto con ropa que llevaba apoyado en la cadera. Cuando llegó al tendal que se hallaba situado a un lado de la casa, apoyó el canasto en el suelo, quitó las prendas que había colgadas y las sustituyó por otras. Unas sábanas, unas enaguas y unas camisas, todo de color blanco, quedaron meciéndose con la suave brisa que recorría la llanura. La mujer miró al cielo. Los negros nubarrones que avanzaban por el oeste precipitaban el atardecer y en la lejanía, allí donde terminaba la llanura verde y rala y se levantaban los suaves cerros, una cortina gris de fina lluvia.

            Por eso me dolía a mí la cadera -pensó la mujer- no tardará nada en llover.

            Con pasos cansinos volvió a la casa, subió los escalones del porche y se sentó en la mecedora. Apoyó las hinchadas piernas en un taburete de madera y se arrebujó en una toquilla de lana.

            Todavía faltan dos horas para que oscurezca y no hace frío. ¡Ay! Si no fuera por este dolor de la cadera… -suspiró la mujer-

            Luego, como todas las tardes, su mirada se dirigió hacia la ropa que colgaba del tendal.

            Si, así estaba bien, como le gustaba a él cuando llegaba a casa. Y en sus recuerdos lo vio acercarse por el sendero de barro seco, coger las sábanas con sus manos y hundir su cara en ellas.

            Huelen a limpio, huelen a ti –le decía él riéndose-

            ¿Y cómo es el olor a limpio? –le preguntaba ella-

            El olor a limpio es… -dudaba él mientras pensaba- es como el aire del invierno, frío y puro.

            Ella sabía que él volvería. Por eso siempre había ropa colgada. Para que supiera que estaba allí esperándole. Como lo esperó siempre desde aquella vez que siendo una niña lo sintió debajo de su ventana.

            Primero el sonido del chiflo y luego aquellos gritos de su voz de niño que empezaba a ser hombre.

             ¡El afiladooor!, ¡Afiladooor! ¡Se afilan cuchilloooos, tijeraaaas…!

            Después de afilarle las tijeras ella le preguntó:

            ¿Volverás?

            Y el le contestó:

            Volveré… volveré cuando los cerezos florezcan.

            Y regresó todos los años en primavera para colocarse debajo de su ventana y gritar ya con voz de hombre:

            ¡El afiladooor!, ¡Afiladooor! ¡Se afilan cuchilloooos, tijeraaaas…!

            Y ella bajaba corriendo con el corazón saliéndosele del pecho, una flor en el pelo, coloretes en las mejillas, unas tijeras para afilar y una pregunta, ¿Volverás?

            Y él, mirándola dulce a los ojos, siempre le contestaba:

            Volveré… volveré cuando los cerezos florezcan.

            Hasta aquella primavera que llegó para llevársela con él. Se instalaron en la casa a las afuera del pueblo, en la soledad de la pradera que se extendía hasta las estribaciones ocres de la sierra. Y como allí sólo se tenían el uno al otro se quisieron mucho más.

            Pero al año siguiente, en un día frío y gris llegó una carta en la que lo llamaban a luchar en una guerra lejana. Y tuvo que marcharse.

            Cuando se iba, él dio la vuelta para mirarla y la vio, menuda y frágil, con su dolor y su vestido celeste.

            Ella, de pie en el porche de la casa, lloraba mientras lo veía alejarse, alto y perdido en su traje de domingo, por el camino de tierra seca.

            Y en sus ojos quedó grabada su imagen diciéndole adiós con la mano y en sus oídos nunca dejó de escuchar su voz traída por el viento que le decía: 

            No llores, amor, no llores… ¡Espérame! Ya sabes que volveré… volveré cuando los cerezos florezcan.

 

Xeres

2 comentarios

elegantex -

siempre dejar una señal por si acaso...

Bordex -

Creo que tus relatos llegan al C.