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Taller Literario de Salinas

Con los cinco sentidos

No sabía nada, y me empeñaba en creer que el tiempo de los milagros crueles aun no había terminado; vivía en un estado de angustia permanente y todo a mí alrededor, desde los detalles más insignificantes, se tornaba presagio de grandes males. ¿Cómo había empezado todo?... Yo no lo podía recordar pues se remontaba al momento mismo de mi concepción, cuando mi madre sintió cómo una corriente eléctrica le recorría todo el cuerpo:

-- Ya estoy preñada, dalo por hecho, será niña y de mayor solterona.

Mi pobre padre, con las piernas aun flojas por la corriente propia del momento, se permitió sugerirle que lo que ella tomaba por premonición no fuera tal vez más que la reacción normal de su organismo al placer.

--No sé de lo que me hablas, le contestó malhumorada recolocando los faldones de su camisón de franela,  pero tú vete preparando, no tendrás un heredero varón, será niña, feúcha y se llamará Emma.

Criada entre misales por parte de la rama materna, y libros de esoterismo por parte de la  paterna, mi madre, niña mimada de familia acomodada, no careció de nada salvo de sentido común…y como de tal palo tal astilla…

-- ¡Qué rara eres Emma! siempre buscándole tres pies al gato… las cosas son como son... muchas, inexplicables, otras, imprevisibles, injustas, irremediables… pero ¡a vivir que son dos días!… me aconsejaban constantemente las pocas personas que aún me frecuentaban.

--Pero es que no os dais cuenta de que…

--No, la que no se da cuenta de nada eres tú… ¿y tu sentido común?… ¿dónde está?

A esa pregunta no había podido responder nada. Si desde que tenía uso de razón utilizaba cinco sentidos ¿de dónde salía aquel sexto sentido del que me hablaban?

Tenía que averiguarlo y hacerme con él de la manera que fuera. Como habían tenido que pasar sesenta años para que tuviera noticias del sentido común, supuse que sería algo muy íntimo, situado en uno de esos lugares del cuerpo de los que las personas decentes no hablan; tenía que actuar con la mayor discreción. Don Rodolfo, vecino rico del quinto, viajaba a menudo a Paris de donde traía unas revistas; una vez leídas, se las dejaba al portero y, por su manera de esconderlas cuando alguien le interrumpía en su lectura, deduje que podría tratarse de cosas íntimas. Decidí hacerme con una al menor descuido del portero; y así lo hice. Cuando llegué a casa el  corazón me latía con fuerza; era el primer hurto de mi vida, estaba muy excitada. Me  quité el abrigo, me puse los anteojos de ver de cerca y me senté a la mesa donde había dejado la revista.  Muy manoseada,  se había abierto sola en una de las páginas cuyas esquinas, como pétalos de flor marchita, indicaban frecuentes lecturas.  Eran fotos de mujeres posando semi desnudas: unas de pie, otras sentadas en posturas muy incómodas y otras tumbadas sobre falsas alfombras persas o sofás de terciopelo. Sus lánguidos cuerpos de textura de masa de pan, de muñecas de trapo suave, parecían articularse y sujetarse para tal despliegue gimnástico gracias a las jarreteras de sus ligueros, al almidón de sus enaguas y a las ballenas de sus corsés. Sentí que me ruborizaba pero tenía que mirarlas  detenidamente si quería dar con el sentido común de una de ellas, o con un trocito por lo menos. Seguí con el dedo índice el contorno de sus manos, sus ojos, sus narices, sus labios, sus orejas… no quería que se me escapara ningún detalle; eran todas muy guapas y parecían sonreírme… de repente, sentí cómo una corriente eléctrica me recorría todo el cuerpo…  no podía ser más que una señal, la señal inequívoca de que seguía sin saber gran cosa pero de que, tal vez, había terminado para mí el tiempo de los milagros crueles, y empezaba el del sentido común.

                                       Elegantex

 

 

 

 

 

2 comentarios

Xeres -

Cierto. Tus relatos siempre tienen un toque especial y están muy bien narrados.

Bordex -

Tengo ganas de ponerte un negativo, pero...!no hay forma!