GADGETS
¿Donde está el mando?... mi padre , mi hermana y yo habíamos lanzado la pregunta los tres a la vez, antes de dirigirnos hacia el salón donde mi madre, exhausta, daba por terminada su sesión de gimnasia a pesar de las protestas de su robot entrenador que parecía haberse vuelto loco, y repetía una y otra vez con voz metálica: “inspirar, espirar, inspirar, espirar…”
Nos habíamos mudado hacía poco a una casa de esas inteligentes donde, gracias a la robótica más avanzada, todo, absolutamente todo, parecía hacerse por arte de magia, y donde cada uno de nosotros se veía acompañado y ayudado en sus actos más cotidianos por gadgets de todo tipo.
Sin embargo, había que reconocer que el sistema tenía sus fallos y sobre todo a las 7 de la mañana cuando toda la familia tenía que darse prisa por llegar a sus respectivas ocupaciones. El brazo afeitador electrónico de mi padre se había quedado a mitad de la tarea, mi robot matemático se negaba a terminar de resolver el problema de álgebra que hoy mismo tenía que entregar en clase , en el armario de mi hermana un hermoso un calcetín a rayas se había quedado huérfano y el robot entrenador de mi madre seguía en plan cabezón. En esos casos no había más que una solución: bajar al sótano para reiniciar el ordenador central de todo ese tinglado pero, para eso, hacía falta encontrar el mando de todos los mandos:
--Estará en su sitio, dijo mi madre con ese tono que tiene las madres cuando quieren dar por sentado que en sus casas está todo bajo control.
--Ya hemos mirado y no está, gruño mi padre con una mitad de la cara aún cubierta de espuma de afeitar.
--¿Es que tengo que estar en todo?... ¡como vaya yo y lo encuentre!...
Y sí, efectivamente, mi madre lo encontraba a la primera… y es que, en aquella casa de esas inteligentes donde nos habíamos mudado, el mando de todos los mandos seguía siendo: mi madre. Dominique
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