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Taller Literario de Salinas

Un suceso cualquiera

Eran las doce treinta de la mañana y en el supermercado “El Arcoiris” la música ambiental se detuvo un momento para anunciar las ofertas de la sección de charcutería: “Señores clientes les anunciamos que comprando un cuarto de kilo de jamón Campofrío les regalaremos una botella de aceite de oliva virgen extra marca el Rocío”.

         Los numerosos clientes a esta hora del día se movían por las diferentes secciones portando enormes carros unos y otros cestas-carritos que a veces ante lo reducido de los pasillos y las prisas chocaban unos con otros,  lo que provocaba  pequeños altercados y conatos de violencia contenida entre los conductores de dichos carros y cestas-carrito.

         En la zona de las cajas sólo dos permanecían abiertas. Al frente de cada una de ellas había dos cajeras, ambas por sus rasgos faciales y su forma de hablar de nacionalidad no española, pudiendo ser posiblemente sudamericanas.

         La cola comenzaba ya a hacerse numerosa en cada una de las cajas cuando  hizo su aparición el encargado del supermercado. Este hizo una seña a una de las cajeras y ella levantándose de la caja siguió al encargado ante los murmullos de desaprobación de los que esperaban que pasaron a engrosar la fila de la cola de al lado.

         Mientras, la única cajera que en este momento quedaba despachando a los clientes continuó su trabajo hasta que sonó su teléfono móvil. Entonces se detuvo y contestó:

Ah, ¡Hola amorsito! ¿Cómo estás? ¿Te levantas ahora? ¿Cómo dormiste mi amor?

¿Qué como se hace el  marmitako de bonito?. Pues corasón ahora mismo te lo explico…

Y se puso a explicarle minuciosamente y con todo lujo de detalles la elaboración de la receta al interlocutor del otro lado del teléfono ante el pasmo de los que aguardaban en la cola.

Entre los que esperaban la paciencia comenzaba a agotarse y los comentarios iban subiendo de tono y de volumen.

Señorita por favor deje eso para más tarde –dijo un señor de mediana edad y poblado bigote que en ese momento era el siguiente al que correspondía ser despachado-

¡Anda tía corta el rollo y venga ya! –gritó la adolescente con cazadora de cuero negro cubierta de imperdibles de diferentes colores y tamaños, y con dos piercing en la nariz, uno en el labio superior y otro en la punta de la lengua-

¡Vaya morro la chorva y encima sudaca! –mosqueado un obrero de la construcción vestido con mono blanco manchado de yeso y que llevaba en la mano un bollo de pan, una lata de cerveza y un paquete de la charcutería para hacerse el bocadillo del mediodía- 

¡Eso, tiene razón, encima sudaca! Estas son las que vienen aquí para quitarnos los maridos, que ya lo dice mi prima, que le pasó a una vecina suya, que la dejó el marido después de veinte años de matrimonio y con tres hijos para liarse con una pendeja de esas – le da la razón toda ofendida una señora cincuentona y molletuda que se encuentra detrás del obrero de la construcción-

Bueno, yo creo que eso no tiene nada que ver. Lo que hay es mala educación y poca responsabilidad en su trabajo –contesta comprensivo el chico progre y bienintencionado de barba rala, coleta y un pendiente en la oreja- 

En un avión los metía yo a todos y los devolvía a su país. ¡Vagos que son todos unos vagos y maleantes! ¡Que otra cosa que robar y vivir de los españoles honrados no hacen! –protestando en un tono de voz alto el señor calvo con gafas de montura negra, traje cuidadosamente planchado y corbata de rayas-

¡Pero que poca vergüenza!, esto en nuestros tiempos no pasaba. ¿Tenernos aquí esperando mientras ella habla por teléfono? ¡Lo nunca visto! ¿Y si llamamos a la Guardia Civil? Nosotros a nuestra edad ya no aguantamos mucho de pie. Y luego está el problema de la incontinencia, que como tarde mucho más no sé si me lo haré encima –se queja una anciana de pelo blanco apoyada en un bastón a su marido también octogenario que mantiene el equilibrio sujetándose con dos muletas.

¡Encargado! ¡Encargado! –grita alguien de la interminable cola-

Pero el encargado que en ese momento se encuentra en el cuartucho que hace las veces de oficina y tiene sus manos ocupadas en desabrochar el sujetador de la otra cajera y su cabeza pensando en lo que vendrá a continuación no oye los gritos.

De repente de la cola sale una lata de tomate disparada hacia la cabeza de la cajera. Acierta plenamente en su objetivo y Helga que así se llama la chica, cae inconsciente con la cabeza ensangrentada encima de la silla giratoria que hay enfrente de la caja registradora.

Nunca sabremos si el disparo de la lata de tomate fue el detonante de lo que sucedió a continuación o bien pasó por que todo está ya escrito y la sucesión de los hechos que tuvieron lugar tenían que ser así.

Ante la visión de la sangre la adolescente de los piercing en el labio y en la nariz coge uno de los imperdibles de su cazadora y dirigiéndose a la cajera le pincha el globo ocular. El obrero de la construcción saca la navaja que utiliza para prepararse el bocadillo y se lo clava repetidas veces en el estomago, en el abdomen, en el pecho, en el cuello y así seguiría sino fuera porque la señora cincuentona y molletuda lo aparta de un empujón para darle varios sartenazos a la cajera con la sartén que lleva en su cesta-carrito. El señor trajeado le propina con saña varias patadas cuando ya Helga debido a los sartenazos se encuentra tirada en el suelo y la pareja de ancianos no desaprovechan la ocasión para destrozarle la cabeza a bastonazos y muletazos.

Y todos los que estaban en la cola de una forma o de otra cuando pasaban al lado de lo que quedaba de la cajera se vengaron del tiempo que les hizo perder con patadas, puñetazos, golpes con objetos contundentes, pisotones que quebraban los huesos…, hasta el chico progre cuando llegó a su lado le escupió porque pensó que se lo tenía merecido.

El encargado que en este último momento seguía en el cuartucho de la oficina ya en posición coital mezcló en su cabeza el griterío que venía de la sección de las cajas registradoras con los gemidos de la cajera y los suyos propios.

Cuando terminaron y mientras se vestían les extrañó aquel silencio sólo roto por el murmullo de la música ambiental.

Al llegar a la sección de las cajas pudieron ver que de Helga la cajera sólo quedaba un amasijo de sangre, huesos y piel y a su lado un teléfono móvil del que salía una voz masculina que repetía:

Pero amorsito ¿dónde estás?-

Linda mía, al refrito ¿qué le añado? ¿ajo o cebolla?-

¿Estás ahí? Cielito, pero ¿me estás oyendo?-   

 

Mercedes

2 comentarios

Carmela -

Creo que me ganas en sangre...

Dominique -

Sí, nuestros protagonistas son de los que rajan... la mía metaforicamente hablando y los tuyos de verdad... es que me parece que una cola no da para pensamientos elevados...