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Taller Literario de Salinas

Jacinto y el espejo

El nacimiento de Jacinto supuso una decepción para su madre y un estorbo para su padre. Cuando a su madre le enseñaron al niño después de un parto largo y doloroso y vio lo que éste tenía entre las piernas su único comentario fue:

-“¿y para esto me he tirado yo doce horas con dolores?”, prorrumpiendo a continuación en un llanto agudo y colérico ante el espanto y la perplejidad de los allí presentes.

   La relación sentimental de sus progenitores nunca había sido muy sólida en el plano afectivo así que tras el nacimiento del niño su padre, un marinero pendenciero y tosco, harto de los lloros de la criatura y de los llantos de la madre hizo las maletas y se marchó.

Su madre unió así a la decepción sufrida por el nacimiento de un hijo varón la depresión por el abandono del padre del niño.

A partir de ese momento como medida terapéutica y para hacer su vida más llevadera decidió tratar a su hijo como si fuera una  niña y el primer paso a tan tierna edad fue vestirlo de rosa.

A medida que Jacinto fue creciendo, bien fuera porque su madre se empeñara en cambiarle el sexo, o porque sus hormonas se habían  alterado por el deseo tan ferviente de su progenitora mientras lo tenía en su vientre de que naciera una niña, que se convirtió en un ser sensible, tierno y con cierta tendencia al afeminamiento, a lo que se sumaba un físico delicado y grácil.

Jacinto se crió en las estrechas callejuelas del puerto, calles sombrías donde apenas entraba el sol, con ropa tendida que colgaba de los tendales colocados en todas las ventanas y que las hacían aún más oscuras. Creció entre los  gritos de las pescaderas, las borracheras de los marineros y el olor a pescado podrido que parecía impregnarlo todo. Le gustaba jugar con las niñas, vestir y desvestir a las muñecas, disfrazarse de hada y de princesa. Odiaba por brutos los juegos de los niños y su forma de comportarse que le parecía grosera y zafia.

Por todo ello y ya desde muy pronto fue siempre objeto de burlas y puyas que cuestionaban su dudosa identidad sexual.

 Cuando llegó a la adolescencia seguía prefiriendo las compañías femeninas pero llegó un momento en que éstas deseosas de establecer relaciones con el sexo masculino vieron que la presencia de Jacinto suponía un impedimento por lo que de una manera sutil pero firme decidieron prescindir de su amistad.

Y así comenzó el periodo más triste de la vida de Jacinto. No sólo era objeto de burlas e insultos sino que ahora estaba solo y comprobó que la soledad era terriblemente triste y desoladora.

Aquel verano de sus dieciséis años se lo pasó vagando por la casa, de habitación en habitación con la sola presencia de su madre, que ya medio loca lo llamaba siempre Jacinta.

Una tarde, de puro aburrimiento y porque ya no sabía en que emplear el tiempo se acordó de la época en que siendo niño se disfrazaba con ropas femeninas. Corrió al armario de su madre, rebuscó y encontró un vaporoso vestido de fiesta, un chal y unas sandalias de tacón. Una vez vestido se colocó delante del espejo y se sintió emocionado con lo que vio. Le pareció que era hermoso, que era bello y se sintió a gusto consigo mismo. Luego comenzó a balancearse suavemente mientras la ligera tela del vestido rozaba sus piernas.

Otro día le cogió las mallas de ballet a una prima suya y colocándose de nuevo delante del espejo vestido con las mallas, las sandalias de tacón y unas plumas en la cabeza bailó como a él le parecía que hacían las bailarinas de las revistas musicales que veía en la televisión.

Y así fueron pasando los días de aquel verano hasta que  una tarde cuando comenzaba a oscurecer y Jacinto volvía a casa por una de aquellas callejuelas oscuras oyó que le decían:

-¡maricón, sarasa, ven, no corras que te vamos a dar tu merecido¡ que lo estás pidiendo a gritos¡ 

Ya estaba acostumbrado a los insultos, pero esta vez le pareció  que era diferente y mientras corría notó como un sudor frío recorría su espalda. De repente unas manos lo inmovilizaron, para luego tirarlo boca abajo en el suelo aplastando su cara contra el asfalto húmedo y maloliente de orines. Le bajaron los pantalones y pudo sentir a pesar de su aturdimiento como lo violaban varias veces. Cuando terminaron lo molieron a palos, dejándolo allí tirado, dolorido y ensangrentado, más muerto que vivo.

De las secuelas físicas de aquel episodio tardó meses en recuperarse, pero de las psíquicas supo que si se quedaba allí nunca se recuperaría.

Los años pasaron y una noche en uno de aquellos tugurios mugrientos del puerto, refugio de putas viejas y marineros borrachos una voz ronca preguntó:

-¿Pero ese que está hablando en la televisión no es el Jacinto?

    Todas las miradas se dirigieron hacia la pantalla y si,  allí estaba Jacinto.

    Jacinto, siempre delicado y tierno, ya adulto. Ahora era un personaje famoso al que le hacían una entrevista y allí estaba contando su vida, toda, sin obviar nada, su infancia de niño-niña en una ciudad portuaria, su naturaleza sexual equivocada, su adolescencia solitaria, los motivos que le llevaron a marcharse, sus duros comienzos como artista….

      Cuando terminó de hablar Jacinto, el hombre que lo entrevistaba   dijo que a continuación verían la actuación de Cinthya como primera vedette en la revista musical del cabaret más importante de París.

     Y salió al escenario Jacinto-Cinthya, rodeado de bailarines, embutido en un escueto corsé de lentejuelas doradas, con un aparatoso tocado de plumas en la cabeza y calzado con unas sandalias de tacones vertiginosos. Un Jacinto-Cinthya escultural, de piernas largas y pechos enhiestos y puntiagudos. Jacinto-Cinthya bailando y cantando para el selecto y exigente público parisino pero siempre viendo su imagen reflejada en aquel espejo  que le mostró su verdadera identidad.

Mercedes

3 comentarios

Mercedes -

Teneis razón, madre dominadora y madre loba pero al final creo que lo determinante es la naturaleza.

dominique -

Una madre loba que no consigue devorar del todo a su hijo... ¿o sí?...

carmela -

Me pregunto si en las formas, influye la madre...
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