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Taller Literario de Salinas

¿VERDAD O MENTIRA?

¿VERDAD O MENTIRA?

--¿Y qué puede usted añadir en su defensa?

--Que si en un momento la odie

   fue con toda mi alma.

 

                               La bacinilla no estaba debajo de la cama. Era las tres de la mañana, la abuela salía de debajo de las mantas con  tanto ruido como una vieja locomotora saliendo de un túnel.

--¿Y la bacinilla?... ¿quién me ha cogido la bacinilla? increpó a la vez que cogía su bastón; a tientas, intentó dar con el orinal tal vez algo más metido debajo de la cama que de costumbre.

--¿Es que en esta casa nadie respeta nada? Tú, Lucía ¡despierta! ¡levántate! y mira a ver si la ves, que yo no me puedo agachar más.

Hacía poco que la pequeña compartía habitación con la abuela Marga.

--Eso o la residencia, le dijeron sus padres cuando la niña había torcido el gesto al ver a su madre apilar camisetas con jerseys en su armario.

--Hay que hacer sitio para la ropa de la abuela.

--¿Y por qué tiene que ser en mi armario?

--¿No querrás que la abuela comparta la habitación con tu padre y conmigo?

Pues sí que lo hubiese querido, pero se ve que los adultos se salen siempre con la suya. Cuando se vestía, parecía ahora que toda su  ropa olía a violeta como la de su abuela...

--¡Qué asco!, huelo a vieja...

Así es que cuando podía, se metía un rato en la sala de juegos del barrio para impregnarse de olor a tabaco.

--¡Como fumes a escondidas te vas a enterar!… amenazaban sus padres.

A ella le daba igual que la regañaran… todo, salvo oler a perfume empalagoso de vieja.

Figiendo que no se había enterado de lo que ocurría, Lucía protestó mientras encendía la luz de la mesita de noche y se agachaba.

--Abuela, no sabes que mañana me tengo que levantar pronto…

--Pues lo siento pero no estoy dispuesta a coger la muerte por ese pasillo del demonio para ir a mear… con lo bien que estaba en el pueblo, no sé aún lo que hago aquí…¡ ya veras cuando tengas mi edad!

Aquella frase aterrorizaba a Lucía… no, no quería tener la edad de la abuela, ni sus  tetas colgantes , ni su enorme culo, ni su amargura… ni quería oír por más noches el ruido que metía al mear ( porque a eso se le llamaba “mear” y no “aliviarse la vejiga” como quería su madre que dijera) en aquel orinal que llamaba “bacinilla”. Por eso, desde que compartía habitación con ella, la pequeña no podía dejar de añadir a sus oraciones nocturnas lo de:

—…y por favor Jesús, haz que nunca me parezca a la abuela.

La mujer tenía que rendirse ante la evidencia: la bacinilla había desaparecido. Maldiciendo entre dientes( algo más de respeto le tenía al sueño de su yerno que al de su nieta) se fue hasta el baño, mientras Lucía se preguntaba cómo no se le había ocurrido antes lo de enterrar el orinal  al fondo del jardín.

 

A los pocos días,  mientras la investigación sobre la desaparición de la bacinilla seguía su curso, la abuela Marga, que no quería oír hablar de otro orinal que no fuera el suyo de toda la vida,  caería en uno de sus paseos nocturnos hacia el baño…  de la caída a una silla de ruedas, de la silla de ruedas al hospital, del hospital al cementerio.

Desde ese día en su tumba,  y escondidas detrás de un  aparatoso tiesto con flores de plástico, nunca faltarían unas cuantas violetas “de verdad” en un orinal de porcelana blanca.

 

Dominique   Vernay

 

       

 

 

   

 

2 comentarios

Distrax -

Buen final.

Anónimo -

!pobre mujer! Las maldades de las personas...