Blogia
Taller Literario de Salinas

LA RAZÓN Y EL AZAR

LA RAZÓN Y EL AZAR

--Antes que el hombre fue el paisaje… ¿o sería al revés?-- se preguntó Claudia aplicada sobre su cuaderno de educación religiosa, su preferido por sus numerosos dibujos. Con la nariz casi pegada al pupitre, el dedo índice blanco de tanto apretar el lápiz y la punta de la lengua fuera, intentaba poner color a los siete días que le había costado a Dios crear el mundo. En la clase no se oía más que un continuo ruido de fricción de minas sobre papel, interrumpido cada dos segundos por un jaleo de manos hurgando en  estuches hinchados, como estómagos a punto de reventar.  

--Acordaos que después de colorear las siete láminas, tenéis que ponerlas en orden, dijo Charo, la profesora. Veintiocho lápices de colores quedaron como suspendidos en el aire, y veintiocho ceños se fruncieron.

--¿Podemos mirar en el libro? preguntó Pablo, el larguilucho de la última fila  que a sus ocho años medía ya casi tanto como la profe.

--No, eso ya lo tenéis que saber del año pasado… además ¡intentar razonar un poco! ¿creéis que Dios hubiera sido capaz de crear al hombre para dejarle en un mundo de tinieblas?¿creéis que Dios se hubiese sentado a descansar sin haber comprobado que todo estaba bien?

--Noooo… contestaron los alumnos al unísono.

Claudia no entendía muy bien la palabra  “tinieblas” y  sabía que, muchas veces, ella se sentaba a descansar frente a la tele antes de haber hecho los deberes… pero, con ocho años, sabía también que en algunas ocasiones era mejor hacer y decir lo que la mayoría.

Ahora, estaba intentando razonar y se preguntaba en qué lámina poner el numero uno, en qué otra  el dos, y así hasta siete. Tenía claro que si ella hubiese sido Dios, primero habría creado a sus padres, luego a su amiga Marta y en tercer lugar  a su perro de peluche sin el que le era imposible dormirse; eso del paisaje con sus montañas, sus flores y todo lo demás no le parecía tan importante… además, le estaba empezando a quedar la mano dolida de tanto colorear, y sus lápices, azul amarillo y verde, ya no tenían punta--así, no hay manera de hacer un cielo, un sol y un árbol como Dios manda—pensó la niña.

El estridente timbre para el recreo rasgó el aire de la clase cargado de olor a cedro y goma de borrar. Claudia no se lo pensó más: puso un uno en la lámina del hombre, un dos en la de los animales(de verdad y de peluche) y, para el resto de las fichas a medio colorear, fue poniendo los números al azar.                

                                                                                                                                                              Dominique

 

 

 

 

2 comentarios

Tarama -

Una bonita y original historia.

Anónimo -

¿para que comentar?