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Taller Literario de Salinas

Del 53... Van Gogh, Aznar, yo...

“Control de policía”; tengo que parar. Esperando oír la típica frase “puede usted seguir” me quedo algo sorprendida cuando el agente me pide que baje la ventanilla y me quite las gafas de sol. Me mira, luego se disculpa alegando que están buscando a una fugitiva muy peligrosa y que, por un momento… Lo entiendo, y me parece bien, soy una persona muy respetuosa de las normas y de los que las hacen cumplir, aunque no sé muy bien si esta docilidad mía no es más que un miedo visceral al enfrentamiento. Así es que arranco de nuevo con la sensación del deber cumplido, y me alegro de que no me hayan pedido que me apartara el flequillo de la cara para verme mejor…. debí de nacer con el dichoso flequillo y sin él no soy nadie; es como una cortina de esas que se ponen en verano en las puertas de la casa  para que no entren moscas ni miradas indiscretas; en él reside mi fuerza. Echo una ultima mirada en el retrovisor; los dos agentes se van haciendo cada vez más pequeños, pero me doy cuenta de que se están riendo… seguro que de la matricula de mi coche… ¡mira que tocarme la DKK!… en cuanto pueda, me cambio de coche. Siempre tuve sentido del humor, pero últimamente me he vuelto algo más susceptible. ¿Cosa de la edad?

Llegando a casa recuerdo lo del control de identidad; me coloco frente al espejo y empiezo a estudiar con más atención esta cara que, por lo que acabo de ver, bien podría traerme un día serios disgustos. Tengo la frente ancha, adornada por un pentagrama de arrugas móviles, pintado (luego borrado) por unos repetidos y exagerados brochazos gestuales. Luego llegan las cejas, rebeldes pero domadas a base de pinzas; como dos acentos graves, acentúan mi gesto, que sea de desconcierto, de alegría o tristeza,  además de proteger unos ojos marrones, ya de por sí muy protegidos en bolsas de acompañamiento, verdaderas almohadas mullidas. En cuanto a mis párpados, muchos expertos en la materia me aseguran que son  parpados “a la vizcaína”… pero yo creo que los herede de mi padre (que nunca fue de Vizcaya) así como mi nariz aguileña de cierta envergadura. Cuando me quieren animar en el tema nasal suelen hacerlo así:

 --Vaya tontería lo de tu complejo de nariz grande, mira a tu alrededor… las hay mucho más feas que la tuya. Sí, este es el tipo de comentarios que más ayudan a no recuperar jamás la confianza en uno mismo.

Pero, lo que de verdad me consuela  es lo siguiente: observé que las narices de las folklóricas, y gente del gremio o similar, suelen ser  respingonas, pequeñas, y que las de los premios Nobel y demás súper homo sapiens son, al contrario, de tamaño considerable; conclusión: el coeficiente intelectual de las personas es directamente proporcional al tamaño de sus apéndices nasales.

Y a todo esto hemos llegado a una boca de labios finos y a una mandíbula firme, como cortada al cuadrado. Sí, reconozco que el conjunto podría darme cierto aire de peligrosidad, pero entonces nace la sonrisa y la cosa cambia… a no ser que, desde el fondo de mis pupilas se pueda adivinar que lo que esconde este metro sesenta y cuatro, bien podría ser una mezcla explosiva de firme dulzura, de confiada suspicacia y de engañosa franqueza.

Nota. Si me preguntan un día sobre la parte de mi cuerpo que más me gusta, contestaré:

--Mis pies. 

A parte del hecho que son los únicos que nunca me han dado problemas, creo que están bien proporcionados, y que dan paso a  unos tobillos finos y sugerentes. Está visto que tendría que haber nacido en un país musulmán: cara tapada y tobillos al aire.

                                                  Elegantex

 

 

 

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