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Taller Literario de Salinas

EL OLOR DE LAS PALABRAS

--¿Pero qué quieres decir al escribir esas cosas?

-- Nada, contesté yo, las palabras son como mariposas y dejo que se posen a su antojo.

-- Las palabras no son más que palabras, ni vuelan, ni se posan.

--Sí, lo hacen, las hay incluso que huelen.

 

 

El olor de las palabras

 

--No, no es verdad lo que dices… y no finjamos más que tengo dos hermanas ni que nuestra hija tiene dos tías;  a partir de ahora no quiero veros más por aquella casa, las cosas son como son, y si mi hermana escogió ese modo de vida…allá ella, que se atenga a las consecuencias. Para mí es como si no existiera ya.

La niña iba sentada detrás en el coche y sabía que más valía no decir ni preguntar nada cuando sus padres se enzarzaban en una de sus peleas. Sin embargo, esa no le pareció una pelea justa; su padre estaba al volante y mientras  la intensidad de su enfado parecía ir aumentando con el cambio de marchas, su  madre, normalmente  experta en apaciguar vendavales, se hacía cada vez más pequeña en su asiento, como buscando con el pie una inexistente palanca de freno a tanta furia paternal.

La pequeña no acertaba a entender las frases que iba pronunciando su padre, pero las palabras de las que estaban hechas, y sobre todo el tono de voz con el que las lanzaba, la llevaban al borde de una zona de sombras que la asustaba. 

Mi padre tiene una sola hermana, y yo, sólo una tía -- eso era lo único que entendía de todo ese galimatías. Pero, eso sí que no era verdad… ella tenía dos tías a las que quería mucho: tía Berta y tía Julia, y le encantaba ir a pasar la tarde a su casa; las meriendas de tía Julia eran diferentes y tía Berta, una de las primeras en tener coche en el pueblo, la dejaba jugar a “hacer que conducía”.

¿Qué había pasado en aquella cena de Nochebuena para que su padre se pusiera así y dijera ahora tantas tonterías? Sentada en el asiento de atrás en el coche, observaba el perfil de su padre, sombra chinesca en la  luz cada vez más fría de barrios cada vez más apartados; de repente, se arrugo la sombra y reconoció en la comisura derecha de la boca de su padre el mismo rictus que le había desfigurado cuando, a la hora de los postres y  estando sentado al lado de su hermana Berta, había exclamado mirándola furibundo:

--Lo vuestro es abyecto.

Había vomitado aquella última  palabra como lo hacía la pequeña cuando su madre la obligaba a comer algo que no le gustaba. Recordaba ahora  también como después de unos segundos de tenso silencio Julia y Berta se habían  levantado. Julia lloraba, Berta la cogió de la mano y las dos se fueron hacía la puerta. En el comedor olía a agrio.

 

 

 

 

4 comentarios

MEG -

Es una historia triste. Me gusta la estructura y también la forma en que lo cuentas.

Xeres -

Una historia muy guapa.

Anónimo -

muy bueno querida

Anónimo -

Sí, con frecuencia las palabras huelen delatando nuestras emociones ocultas