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Taller Literario de Salinas

PARÍS

PARÍS

 

 

 

Llueve, llueve sobre París. El otoño ha llegado silencioso y  el paisaje me recuerda las hermosas fotografías en blanco y negro que vendían hace mucho tiempo en los viejos puestos de las orillas del Sena.

El agua cae mansamente sobre la ciudad aún dormida. Hemos llegado casi de madrugada y, apenas dejamos las maletas, salimos a la calle que empieza a despertar y a llenarse con el aroma del pan recién hecho, de los croissants y del café caliente. Isabel quiere pasear junto al río,  cruzar los puentes, llegar Notre Dame, al Louvre… Tiene prisa, mucha prisa. Es como si quisiera contemplar todo a la vez, abrazar la ciudad hasta identificarse con ella. Nos detenemos a desayunar en un pequeño café donde el tiempo se ha detenido y nos sirve un camarero amable, silencioso y eficaz.

Después de recuperarnos, salimos de nuevo y nos dirigimos a Ile de la Cité. Consigo que crucemos tranquilas el puente sobre el Sena, contemplando el discurrir de las aguas del río, las barcas donde más tarde los turistas intentarán contemplar  de forma diferente la ciudad. Un acordeón suena a lo lejos y nos trae canciones de “la rive gauche”.

Al llegar a la plaza donde se levanta Notre Dame, nos impresiona la blanca fachada de la catedral y, sobre todo, las  esculturas de mármol llenas de la eterna serenidad el gótico. Llenan las arquivoltas de las portadas  y suben hasta  el Pórtico Real. Más allá las torres se pierden en el cielo.

Isabel se detiene y mira lentamente cada una de las puertas, de las imágenes, el rosetón. Se vuelve  y alza la mano haciendo la señal de la victoria, mientras me dice: “Mi sueño se ha cumplido”. Yo sonrío. El cáncer y las duras sesiones de quimio han quedado atrás. Apenas queda el miedo.

Ha dejado de llover. Por encima de la catedral se abre un inmenso retazo de azul, matizado por algunas pinceladas carmesí.

 

 

MEG

1 comentario

Anónimo -

esperanzador...