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Taller Literario de Salinas

La butaca

De la casa de la calle Aribau no me llevaba nada, salvo una butaca destartalada  que me había dejado en herencia el hombre para el que había estado trabajando durante más de 20 años.

--¡ Una broma del señorito! pensé yo, al verla en medio de mi diminuta habitación; una butaca estilo Carlos de Inglaterra con orejas, brazos y una tapicería de cuadros terminada en una falda tableada que dejaba al descubierto dos, o mejor dicho cuatro patas arqueadas y huesudas.

--¿Cómo aquel hombre había podido dejar semejante testamento?...¿nombrarme, a mí, su asistenta, única heredera de la única cosa que, por lo visto, le quedaba en propiedad? ¿ Una burla de despedida tal vez?

Pero el hecho es que ahí estaba aquella butaca y no pude resistirme a sentarme un rato. A pesar de sus muelles rotos y de su tapicería raída era cómoda y, estando a punto de quedarme dormida, mi mano izquierda fue deslizándose desde el brazo de la butaca hasta el borde del faldón; el contacto de mi mano contra la fría pata arqueada me espabiló, y mis dedos tropezaron con una especie de palanquita…tiré de ella y, atónita, vi como empezaban a caer montones de billetes de quinientos euros formando una tupida alfombra a mis pies. Entonces sí, recordé la frase del “ señorito” unos días antes de morir:

  --Dentro de poco no sé donde estaré sentado, si a la derecha, a la izquierda o en brazos del Señor, pero te puedo asegurar que tú, en brazos de este sillón, estarás en el paraíso.

--El pobre ya está chocheando, eso había pensado. Elegantex

2 comentarios

Tarama -

Me gustó, aunque intuía por dónde iba a ir la historia.

Anónimo -

abreviado, pero sigue siendo bueno