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Taller Literario de Salinas

el y ella

El tenía su cabeza sumergida entre las páginas del periódico. Cada vez tenía que acercarse más para que las letras, una vez convenientemente unidas en su retina formaran palabras y no fueran una sopa de letras, síntoma evidente de que tenía que volver a graduarse las gafas. Un ruido de un vaso al caer y romperse hizo que bajando el periódico, mirara hacia las mesas de enfrente y entonces la vio. Estaba sentada con las piernas cruzadas y parecía absorta escribiendo algo en una agenda que tenía colocada encima de la mesa. De vez en cuando se detenía para tomar un sorbo de una taza de café que aún humeaba. Sintió que el ritmo de los latidos de su corazón aumentaba y que las tripas en su estómago se volvían locas buscando sitio. Igual, pensó, igual que hace veinte años, tengo los mismos síntomas cuando la veo, como si el tiempo no hubiera pasado.

Y recordó lo mucho que la había querido, lo felices que habían sido el poco tiempo que habían vivido juntos, quizá por eso, porque había sido tan breve que la rutina y la convivencia no los había quemado. También pensó que siempre tuvo la sensación durante el tiempo que pasaron juntos que había algo en ella que no entendía, algo que se le escapaba y que nunca logró saber lo que era.

Mirándola detenidamente le pareció que seguía tan bella como siempre, más madura, eso si, pero no había perdido aquella elegancia y aquel encanto que era como un aura que la rodeaba y que parecía iluminar el lugar donde estaba. Las pequeñas arrugas alrededor de sus ojos, las finas marcas de expresión que surcaban su frente y las comisuras de su boca y cierta angulosidad en sus rasgos le restaban lozanía a su rostro pero le daban un aire de mujer misteriosa que aún se sabe atractiva. Miró sus piernas enfundadas en unas finas medias de seda negra,  sus tobillos finos y todo lo demás que se le permitía ver hasta el comienzo de su falda. Contempló sus ademanes suaves y pausados en su forma de revolver el café, de colocarse el mechón de pelo que le caía sobre sus ojos, de cruzar y descruzar las piernas. La intuyó refinada, exquisita y mundana. Seguía estando delgada, quizá un poco más rotunda y curvilínea, pero pensó, nada que ver con el cuerpo de su ex mujer, que quizá exagerando un poco empezaba a medir casi lo mismo de ancho que de alto. Y de pronto le pasó por la cabeza la idea de intentar reconquistarla, de acabar lo que quedara inacabado o de retomar lo que nunca deberían haber dejado que terminara.

Otro ruido hizo que girara su cabeza hacia la derecha y entonces contempló su imagen  reflejada en el cristal de la cafetería. Ahí, irremediablemente, estaban su coronilla calva y reluciente rodeada de aquellos pelos ralos, escasos y casposos, su rostro abotargado, deformado por los kilos de más y por los tranquilizantes que tenía que tomar a diario para la depresión, su barriga que colgaba prominente y su enorme culo encajado en los brazos de la silla. Acto seguido levantó el periódico y colocándolo como un parapeto entre su cara y el resto del mundo deseó fervientemente que ella no lo hubiera reconocido.

Ella dejó de escribir sus notas para revolver el café y entonces lo vio. Le costó trabajo reconocerlo e incluso dudó por unos momentos. Pero sí, era el. Siempre pensó que quizá eran demasiado jóvenes cuando comenzaron a vivir juntos pero tenía buenos recuerdos de aquella época. Sin llegar a ser una pasión loca lo había querido pero en ese momento de su vida y como comprobaría posteriormente también en los siguientes, ella no tenía muy claro el concepto de fidelidad y le parecía una tontería desperdiciarla siempre con el mismo hombre. Al poco tiempo de vivir juntos le entró aquel punto de hastío y aburrimiento de la monotonía y se dejó seducir por un compañero de trabajo o más bien lo sedujo ella, ya no se acordaba muy bien porque entre tantas relaciones como había tenido empezaba a carecer de importancia quién conquistaba a quien.

El formaba parte de aquel pasado en el que todavía los hombres eran algo más para ella que una relación basada en la búsqueda de una mutua satisfacción sexual y por eso le dolía lo que veía. Lo recordaba hermoso, atlético, seguro de si mismo y lo que ahora tenía delante de su vista era como los restos de un naufragio, de tan estropeado, tan amorfo, tan deteriorado por fuera como por dentro  según le pareció también.  Lo que supo con certeza es que no se había equivocado cuando lo dejó pero también supo que siempre le quedaría la duda de saber como sería ese hombre si ella hubiera continuado a su lado y ¿cómo hubiera sido ella?, ¿quién arrastraría a quien? Cerrando su agenda acabó de tomarse el café, se levantó y pasando a su lado le dijo: - adiós Eduardo-  al tiempo que a él le llegaba el olor denso y dulce de su perfume.

Mercedes

1 comentario

dominique -

está todo tan bien relatado que ahora me da la sensación de haber estado sentada yo tambien en aquel bar...